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Voto de Jlamotta:
7
7,2
78.443
Thriller. Intriga. Drama
Irán, año 1979. Cuando la embajada de los Estados Unidos en Teherán es ocupada por seguidores del Ayatolá Jomeini para pedir la extradición del Sha de Persia, la CIA y el gobierno canadiense organizaron una operación para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses que se habían refugiado en la casa del embajador de Canadá. Con este fin se recurrió a un experto en rescatar rehenes y se preparó el escenario para el rodaje de una ... [+]
25 de octubre de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El efecto de la realidad hace que entendamos cualquier representación visual como un documento y, por tanto, no pongamos en duda su contenido”. La frase del filósofo y ensayista francés Roland Barthes no solo no ha perdido vigencia con el paso del tiempo, sino que está más de actualidad que nunca gracias a la evolución tecnológica que fomenta la visualización de imágenes y documentos antes que la lectura de sucesos, información, arte o entretenimiento. El poder de la palabra mengua a velocidad de vértigo mientras que un acontecimiento de cualquier índole que no tenga representación visual no existe para gran parte de una sociedad moderna mal formada. La propaganda en tiempos de guerra era pieza clave para aumentar la moral de las tropas, disminuir las del enemigo, limpiar maltrechas imágenes públicas y ensalzar el patriotismo del país de turno. Y ahí es donde entra el cine como elemento diferencial, innovador y resolutivo. La Segunda Guerra Mundial consiguió que las grandes potencias participantes en el conflicto pugnasen por conquistar a la opinión pública mediante la producción cinematográfica, conscientes del poder sugestivo de la imagen y del medio como mensajero. Confesiones de un agente secreto, 1939 de Anatole Litvak, Sargento York, 1941 y Air Force (1943) de Howard Hawks son algunas películas propagandísticas por el bando americano o El triunfo de la voluntad, 1935 de Leni Riefenstahl y El judío eterno, 1940 de Fritz Hippler por el lado alemán. Es decir, el cine traspasó hace años la castradora etiqueta de “espectáculo de entretenimiento” para convertirse por derecho propio en un arma (para bien o para mal, de paz o de maldad) utilizable por la humanidad. El cine es más, mucho más que unos actores interpretando personajes en un decorado mientras un realizador dirige un guión aprobado por un productor. El cine lo puede todo si se usa bien y, en el caso que nos ocupa, evitó que seis personas inocentes murieran en Teherán en los años ochenta a manos de una revolucionaria masa enfurecida.
Ben Affleck encara su tercera película con la confianza que proporciona saberse blanco de los elogios de la prensa especializada tras Adiós, pequeña, adiós, 2007 y The Town (2010). Ambos thrillers vigorosos y con un cuidado estilo visual y técnico. Con Argo va un paso más allá en su formación y desarrollo como director atreviéndose a incluir comedia en un relato donde la tensión y la intriga destacan como notas predominantes. Y lo hace sutilmente, sin estridencias y optando por normalizar un humor tan satírico como es el humor negro mediante el común uso del mismo tanto en conversaciones triviales como trascendentales. Es decir, forma parte de la vida de los protagonistas como su propia piel, por eso mismo funciona y provoca las risas del respetable, porque es totalmente creíble. Y aunque la situación sea desesperada, el humor no es más que un mecanismo de defensa, de control del pánico (funcione o no), una demostración de fragilidad tanto del autor como del receptor, es humano. Affleck desarrolla la historia sin demasiados histrionismos pero eso no evita que goce utilizando numerosos (y disfrutables) travellings y montajes paralelos para acelerar el progreso natural de la historia, aportando intensidad y ritmo narrativo. El problema reside en que esto no es una constante y la mezcla de montaje no es la adecuada, ya que se torna contemplativa por momentos, permitiendo peligrosos tiempos muertos dedicados a temas sin importancia dramática que inciden notablemente en la regularidad de una narración que sufre altos y bajos. Otro de los desaciertos del libreto de Chris Terrio es el insípido tratamiento de la vida personal del personaje de Affleck, recurriendo a un facilón falto de equilibrio familiar con hijo y mujer de por medio. Ni Terrio ni Affleck le dedican el tiempo necesario a esta historia (no más de dos minutos) para que nos interese en lo más mínimo, por lo que la posible redención o no del protagonista es irrelevante. Otro de los puntos flacos del guión (apoyado totalmente con la dirección) es el giro inesperadamente patriótico USA que toma la trama en su recta final, en contraste con un primer y segundo acto rebosante de críticas al sistema político americano y a la industria cinematográfica procedente de Hollywood (con punzantes diálogos entre los geniales Goodman y Arkin).
Como decía el sabio director de westerns John Ford, el 90% del éxito de una película depende de un buen casting. Y Affleck lo tiene. Y lo sabe. John Goodman, Alan Arkin, Bryan Cranston y cía aportan la calidez y el verismo necesarios que una película de estas características requería, ya que el “basado en hechos reales” es un arma de doble filo que puede explotar sin previo aviso de no contar con un reparto creíble. Solo un inconveniente, y es que el grupo de los seis es dibujado siempre como grupo y jamás como individuos, por lo que es muy difícil sentir su miedo, su desesperación, su rabia como uno solo, sino como una comunidad de la que el espectador no forma parte. Evidentemente hay momentos de tensión en los que padeces junto a ellos por el simple hecho de tratarse de un grupo reducido contra una muchedumbre pero eso se debe a la pericia de Affleck tras las cámaras. Y es que si hubiera que elegir solo un par de momentos, sin duda destacaría su trepidante e intenso principio y el orgásmico final, instantes donde la combinación entre montaje, dirección y guión funciona como un reloj suizo. La fotografía de Rodrigo Prieto imita con tino los efectivos policíacos setenteros con su tan peculiar grano y poca variedad de tonos. Es imposible dejar de pensar en el Lumet de los setenta con Serpico, Network o Tarde de perros a la cabeza, en el Costa-Gavras de Desaparecido, Estado de sitio o Z, e incluso en el Spielberg de la infravalorada Munich.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
Ben Affleck encara su tercera película con la confianza que proporciona saberse blanco de los elogios de la prensa especializada tras Adiós, pequeña, adiós, 2007 y The Town (2010). Ambos thrillers vigorosos y con un cuidado estilo visual y técnico. Con Argo va un paso más allá en su formación y desarrollo como director atreviéndose a incluir comedia en un relato donde la tensión y la intriga destacan como notas predominantes. Y lo hace sutilmente, sin estridencias y optando por normalizar un humor tan satírico como es el humor negro mediante el común uso del mismo tanto en conversaciones triviales como trascendentales. Es decir, forma parte de la vida de los protagonistas como su propia piel, por eso mismo funciona y provoca las risas del respetable, porque es totalmente creíble. Y aunque la situación sea desesperada, el humor no es más que un mecanismo de defensa, de control del pánico (funcione o no), una demostración de fragilidad tanto del autor como del receptor, es humano. Affleck desarrolla la historia sin demasiados histrionismos pero eso no evita que goce utilizando numerosos (y disfrutables) travellings y montajes paralelos para acelerar el progreso natural de la historia, aportando intensidad y ritmo narrativo. El problema reside en que esto no es una constante y la mezcla de montaje no es la adecuada, ya que se torna contemplativa por momentos, permitiendo peligrosos tiempos muertos dedicados a temas sin importancia dramática que inciden notablemente en la regularidad de una narración que sufre altos y bajos. Otro de los desaciertos del libreto de Chris Terrio es el insípido tratamiento de la vida personal del personaje de Affleck, recurriendo a un facilón falto de equilibrio familiar con hijo y mujer de por medio. Ni Terrio ni Affleck le dedican el tiempo necesario a esta historia (no más de dos minutos) para que nos interese en lo más mínimo, por lo que la posible redención o no del protagonista es irrelevante. Otro de los puntos flacos del guión (apoyado totalmente con la dirección) es el giro inesperadamente patriótico USA que toma la trama en su recta final, en contraste con un primer y segundo acto rebosante de críticas al sistema político americano y a la industria cinematográfica procedente de Hollywood (con punzantes diálogos entre los geniales Goodman y Arkin).
Como decía el sabio director de westerns John Ford, el 90% del éxito de una película depende de un buen casting. Y Affleck lo tiene. Y lo sabe. John Goodman, Alan Arkin, Bryan Cranston y cía aportan la calidez y el verismo necesarios que una película de estas características requería, ya que el “basado en hechos reales” es un arma de doble filo que puede explotar sin previo aviso de no contar con un reparto creíble. Solo un inconveniente, y es que el grupo de los seis es dibujado siempre como grupo y jamás como individuos, por lo que es muy difícil sentir su miedo, su desesperación, su rabia como uno solo, sino como una comunidad de la que el espectador no forma parte. Evidentemente hay momentos de tensión en los que padeces junto a ellos por el simple hecho de tratarse de un grupo reducido contra una muchedumbre pero eso se debe a la pericia de Affleck tras las cámaras. Y es que si hubiera que elegir solo un par de momentos, sin duda destacaría su trepidante e intenso principio y el orgásmico final, instantes donde la combinación entre montaje, dirección y guión funciona como un reloj suizo. La fotografía de Rodrigo Prieto imita con tino los efectivos policíacos setenteros con su tan peculiar grano y poca variedad de tonos. Es imposible dejar de pensar en el Lumet de los setenta con Serpico, Network o Tarde de perros a la cabeza, en el Costa-Gavras de Desaparecido, Estado de sitio o Z, e incluso en el Spielberg de la infravalorada Munich.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Lejos queda el similar temáticamente hablando Bloody Sunday, de Paul Greengrass, donde la apuesta por el estilo documental no tiene parangón dramático. La mordiente sátira sobre el juego de Hollywood bebe de forma natural de El juego de Hollywood del maestro Robert Altman, donde no queda títere con cabeza. Es en esa negra comicidad cuando la película se torna amena, divertida y placentera. Pero si hay un aspecto de la cinta que luce sumamente real es el miedo occidental a todo lo que huela a Oriente Medio. La sensación de peligrosidad que se respira en las calles de Teherán es inmensamente auténtico (quien haya realizado un par de viajes a lugares similares me entenderá) y la cámara del intérprete de The Company Men saca todo el partido a los fugaces paseos del “equipo de filmación” por sus calles, convirtiendo a los lugareños en una especie de zombies sedientos de la sangre de nuestros protagonistas. Otra cuestión a debatir sería la demonización que Europa y América llevan años profesando hacia diversos países, atacando sistemáticamente sus religiones y costumbres por puro desconocimiento. Pero no es menos cierto que ciertos sectores de estos países señalados se encuentran cómodos en sus papeles de villanos y abanderados de la libertad, de “su libertad”. Es un tema largo y tedioso pero me niego a creer en los blancos y los negros, prefiero los grises por su componente humano, ya que cualquier gris puede virar hacia la luz o la oscuridad, sin extremismos estereotipados.
Según cierta prensa, Affleck parece ir encaminado a convertirse en un cineasta comprometido con la actualidad y ya le llueven las comparaciones con el último clásico vivo, Clint Eastwood. No puedo estar más en desacuerdo, ya que si algo está demostrando el firmante de The Town es un gran sentido del espectáculo y del entretenimiento, pero adolece de un espíritu analítico y profundo para sumergirse en una complicada trama política como puede ser Buenas noches y buena suerte, de su amigo (y uno de los productores de Argo) George Clooney. Por suerte, su carrera como director no ha hecho más que comenzar y juega a su favor contar con una buena base donde poder cimentar nuevos conocimientos y habilidades, es decir, que no está totalmente definido en el presente. Por otra parte, admito que la semejanza entre Eastwood y Affleck a nivel de carrera cinematográfica es evidente, pues ambos fueron acusados de actores mediocres y sorprendieron positivamente en su posterior salto a la realización. Pero ni su estilo narrativo ni su lenguaje visual es similar, elementos indispensables para establecer una comparación sostenible. Recuerdo que también se dijo lo mismo de Sean Penn cuando pasó de delante a detrás de las cámaras. Parece que hay mucho interés en encontrar a un relevo natural de un Clint Eastwood que todavía tiene mucho que decir. Para finalizar, me llama la atención que una película con mensaje pacifista como esta, incluya escenas que justifiquen la violencia como la que tiene lugar en el dramático y brillantemente construido arranque, en la que uno de los militares intenta, sin suerte, dialogar con los sublevados. Cierto tipo de violencia solo responde ante una violencia aún más dura y radical, ya que las semillas del odio implantando desde la cuna ciegan la racionalidad de (casi) cualquier ser humano. Paradójicamente, Terrio y Affleck cimentan la trama en un rescate nunca revanchista ni malicioso, sino únicamente ambicionando recuperar lo que es de su propiedad, las vidas de sus compatriotas. Y lo ejecuta tomando como referencia el modelo de héroe solitario. Un hombre, Affleck contra un descabellado plan, un país enemigo y su propio gobierno. Salvando las distancias, a modo de Eastwood en El jinete palido. En fin, Argo fuck yourself! (chiste privado que se perderán si acuden a ver Argo en su desastrosa versión doblada).
La crítica completa en http://medinamag.com/2012/10/argo-el-jinete-palido-solo-ante-el-peligro/
Twitter: @Jlamotta23
Según cierta prensa, Affleck parece ir encaminado a convertirse en un cineasta comprometido con la actualidad y ya le llueven las comparaciones con el último clásico vivo, Clint Eastwood. No puedo estar más en desacuerdo, ya que si algo está demostrando el firmante de The Town es un gran sentido del espectáculo y del entretenimiento, pero adolece de un espíritu analítico y profundo para sumergirse en una complicada trama política como puede ser Buenas noches y buena suerte, de su amigo (y uno de los productores de Argo) George Clooney. Por suerte, su carrera como director no ha hecho más que comenzar y juega a su favor contar con una buena base donde poder cimentar nuevos conocimientos y habilidades, es decir, que no está totalmente definido en el presente. Por otra parte, admito que la semejanza entre Eastwood y Affleck a nivel de carrera cinematográfica es evidente, pues ambos fueron acusados de actores mediocres y sorprendieron positivamente en su posterior salto a la realización. Pero ni su estilo narrativo ni su lenguaje visual es similar, elementos indispensables para establecer una comparación sostenible. Recuerdo que también se dijo lo mismo de Sean Penn cuando pasó de delante a detrás de las cámaras. Parece que hay mucho interés en encontrar a un relevo natural de un Clint Eastwood que todavía tiene mucho que decir. Para finalizar, me llama la atención que una película con mensaje pacifista como esta, incluya escenas que justifiquen la violencia como la que tiene lugar en el dramático y brillantemente construido arranque, en la que uno de los militares intenta, sin suerte, dialogar con los sublevados. Cierto tipo de violencia solo responde ante una violencia aún más dura y radical, ya que las semillas del odio implantando desde la cuna ciegan la racionalidad de (casi) cualquier ser humano. Paradójicamente, Terrio y Affleck cimentan la trama en un rescate nunca revanchista ni malicioso, sino únicamente ambicionando recuperar lo que es de su propiedad, las vidas de sus compatriotas. Y lo ejecuta tomando como referencia el modelo de héroe solitario. Un hombre, Affleck contra un descabellado plan, un país enemigo y su propio gobierno. Salvando las distancias, a modo de Eastwood en El jinete palido. En fin, Argo fuck yourself! (chiste privado que se perderán si acuden a ver Argo en su desastrosa versión doblada).
La crítica completa en http://medinamag.com/2012/10/argo-el-jinete-palido-solo-ante-el-peligro/
Twitter: @Jlamotta23