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España España · sevilla
Voto de Jlamotta:
5
Thriller. Intriga Tom Selznick (Elijah Wood), un joven y talentoso pianista que reaparece ante el público tras una breve retirada por miedo escénico, se sienta al piano y se encuentra una nota amenazadora, en la que se le conmina a ejecutar el mejor concierto de su vida si quiere salvar su vida y la de su esposa. (FILMAFFINITY)
12 de octubre de 2013
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grand Piano es una matrioska. Tiene apariencia de ser una cosa y termina siendo otras muchas, no necesariamente buenas, debido a una confusa mezcla de géneros y a una indefinición narrativa importante. Desde el principio está claro que Grand Piano va a ser lo que Damien Chazelle, su guionista, quiera que sea, porque esta es una película de guión. De buscar constantemente triquiñuelas para mantener al espectador enganchado con elementos en teoría normales y carentes de gancho. Un piano, unas partituras, una orquesta, un móvil...trivialidades que dependen de una buena mano que los combine. Como ya ocurriera en la emocionante Phone Booth (Joel Schumacher, 2002), la exploración incesante de objetivos a corto plazo y una amenaza creciente se presenta de forma en apariencia corriente, sin grandes efectos ni influencias externas más allá de un francotirador. La diferencia entre ambas estriba en que la película dirigida por Schumacher y escrita por Larry Cohen sabía en todo momento qué se hacía, que lineas cruzar y cuando, qué introducir y cómo, de forma que no enturbie el conjunto ni tire por tierra lo anteriormente trabajado. Es decir, Phone Booth sabía que dependía de la capacidad de sufrimiento de Colin Farrell y del poderío de su personaje en un mundo real, a pesar de partir de una propuesta claramente hollywoodense. Pero, algo básico en el cine, jamás rompía sus propias reglas internas, las que le ataban y le liberaban de ciertas responsabilidades. Sabemos que Colin Farrell difícilmente acabará muerto pero también que no va a coger a peso la cabina y lanzársela a Kiefer Sutherland, el villano del film. En Grand Piano, Eugenio Mira y Damien Chazelle se saltan el margen de realidad sin remordimientos, sin transición y de manera ciertamente inesperada. Partimos de la base de que, como en la película de Schumacher, es altamente improbable que suceda algo así en el mundo real, que alguien monte un espectáculo semejante para oír un concierto inmejorable. De acuerdo, improbable, pero se acepta, porque es su premisa y no queremos decir adiós a la sala a los veinte minutos. El problema viene cuando, sin venir a cuento, director y guionista se sacan de la manga una historia a lo Die Hard (John McTiernan, 1988) o Lethal Weapon (Richard Donner, 1987), convirtiendo al personaje de Elijah Wood en una suerte de John McClane/Martin Riggs, en un recurso innecesario sin pies ni cabeza. Porque esa exageración no casa con el resto de la cinta, porque mediocriza y estandariza su argumento (todavía más) y arrastra consigo las buenas sensaciones iniciales. El encanto estribaba en meterse en la piel de alguien normal (genio, si, pero normal al fin y al cabo, con sus miedos y fantasmas) que sufre una situación extrema y desesperada, una pesadilla, e ir cruzando con él los diferentes pasillos emocionales que atravesaba en su indagación hacia la salida final. Pero en el momento en el que unas estúpidas escenas de acción se adueñan de la trama no hay nada que hacer, ese individuo cualquiera, ese personaje lógico y afectado se torna en alguien desconocido ante nuestros sorprendidos ojos. La sensación de traición no es fácil de evitar, pues la salida fácil y supuestamente espectacular le gana la partida al desenlace racional y deductivo, en una huida hacia delante que se antoja como un remedio ajeno ante la imposibilidad de construir una conclusión más lograda y meditada, sin duda algo más complicado y que hubiera conllevado horas de preparación.

Y eso que el principio deja anticipar una buena historia, con un buen personaje protagonista y la posibilidad de presenciar un ejercicio de estilo decente. Cuando la película es lógica consigo misma, cuando la narración tradicional permite introducirnos de manera efectiva al personaje, sentir su miedo, sus dudas, sus traumas con el pasado y su deseo de escapar de su destino a toda velocidad, la narración funciona. Y lo hace porque, independientemente de su calidad, te crees lo que estás viendo. Te sientes bien tratado por la propia película, que te respeta como parte integrante de ella (y más en una propuesta de este estilo). Palpamos y experimentamos con el personaje sus nervios antes de un gran concierto, el miedo escénico se presenta como un enemigo poderoso (incluso más que el francotirador, diría yo), que acongoja y aprieta a partes iguales, que atemoriza al mismo tiempo que representa la nada más absoluta, solo nuestro cerebro ejecutando por su cuenta, pensando por el resto de nuestro cuerpo sin pedirnos permiso. La excelsa interpretación de Elijah Wood hace el resto para que nos sintamos atraídos por él, en otro esfuerzo por demostrar que es mucho más que un hobbit de la Comarca (es evidente que lo es, otra cosa son las etiquetas propias de la industria en la que se mueve). Es el malo de la función, encarnado por John Cusack, el que parece sacado de un molde de villano de opereta sin motivaciones ni mundo propio, con un vulgar popurrí de diálogos estereotipados que hemos escuchado antes en otras muchas películas. La conexión entre héroe y antagonista no se encuentra por ningún lado, nada los hace especiales ni atractivos, su nexo de unión es el mismo que tienen un piano y un cerrajero:no existe.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jlamotta
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