He oído que alguien (que estuvo allí) contó una historia. Y supongo que esa historia fue viajando de boca en boca (y de imaginación en imaginación, claro), hasta llegar a un contador de historias profesional.

En este caso, dos.

Mendes y Wilson-Caims trabajan sobre el material; le dan forma (quizá, a estas alturas, ya muy distinta); lo «pulen»… y se encuentran conque lo que fue convencional, se ha convertido, a pesar de todo, en un bonito poema épico.

Mendes se encarga de recitarlo, y lo hace con extrema delicadeza, en forma de un largo plano-secuencia que implica conscientemente a quien mira, obligándole a compartir las fatigas de MacKay y Chapman en su paseo por la guerra.

Sin embargo, en el guión hace tanto frío que ni el barro salpica, ni el esfuerzo agota, ni la compasión duele. Ni siquiera el odio, la muerte o el sinsentido de las cosas raspan lo que sea que debiéramos tener para conseguir emocionarnos, porque la aséptica subjetividad que Mendes impone termina por meternos en una especie de distopía posapocalíptica de estructura virtual que se parece mucho a un videojuego..

En resumen: curiosa, fría, y ligeramente entretenida.