Mientras pienso en la amarga travesía de los personajes de esta cáustica historia, dominada por la presencia de esa Eastwoodiana Mildred Hayes, descarnada en manos de Frances Mcdormand. Un guión, sin lugar a dudas eficaz, en su sardónico aderezo que repliega las escenas y las enciende para flagrar la pantalla con los encarnados carteles de esta anti-égloga a la vida canalla de una parte del mundo o de cualquiera. McDonagh recuerda a Clint Eastwood en el afilado de sus personajes y en el tratamiento infernal de la historia, ese poso amargo tan característico de aquel autor, esa música relajada como calma entre los tormentos. Movimientos concisos de cámara para una puesta en escena sobria. Un notable ejemplo de cine, en definitiva.