Una pseudo adolescente directora, pseudo filma una pseudo autobiografía con la que mucha, mucha espectadora -y espectador, claro- pueda sentirse pseudo reflejada porque le recuerda muchas de aquellas pseudo reflexiones de la adolescencia femenina.

Esto es Lady Bird. La historia adolescente, pseudobiografía convenientemente tergiversada, de una adolescente Greta Gerwig en Sacramento, ciudad de provincias, interpretada por una Saoirse Ronan que tiene una madre, Laurie Metcalf, que le lee su cartilla, como tantas madres, tratando de hacerla madurar como un alma gemela, sin darse cuenta de que, en el fondo, la está empujando a que escape y sea de su hija lo que Dios quiera.

Como es lógico, algo así, realizado por una actriz, Greta Gerwig, en la vanguardia cultural del ‘mumblecore‘, un subgénero del indie, y siendo, por el contrario, pura corrección política ecofeminista, iba a encontrar el aplauso unánime de la crítica. Unas buenas dosis de estereotipos, naturalismo, diálogos frescos, mucha relación interpersonal y juventud divino tesoro, explican el milagro. Gracias, política de cuotas, luchas identitarias.

Afortunadamente, los Oscar 2017 le han dado la espalda a ella y a la película [también increiblemente nominada, aunque ésta lograra, pásmense, el Globo de Oro]. Que esta película y su directora compitieran este año con películas como Darkest hour, Dunkerque, Los archivos del Pentágono, La forma del agua o Tres anuncios en las afueras, y con directores como Christopher Nolan, Guillermo del Toro o Paul Thomas Anderson, lo dice todo.

Porque detrás de lo expuesto no hay nada de nada. Gerwig, es una joven actriz de 35 años con dos buenas interpretaciones –A Roma con amor [2012], de Woody Allen; y Frances Ha [2012], de Noah Baumbach– que se lanza a dirigir sin saber hacerlo; a escribir un guión sin ser guionista; a montar sin idea de en qué consiste un montaje, a pesar de la ayuda de Nick Houy; etc.

Para colmo, la interpretación es simplemente correcta, también el caso de Saoirse Ronan, destacando únicamente Laurie Metcalf; la fotografía de Sam Levy es lamentable. La dirección artística, la decoración de Traci Spadorcia, el vestuario de April Napier, son de lo más vulgar y, lo que es peor, con orgullosos aires de bajo presupuesto. Y la banda sonora de Jon Brion se cubre de intrascendencia con composiciones de meros segundos, y se salva gracias a algunas de las muchas obras [ver banda sonora no original] incorporadas.

No quiero cansarles más: otra grave tomadura de pelo con la incompresible, al menos para mí, complicidad de la crítica. Simplemente, no es cine. Y no llego siquiera al aprobadito raspado porque el engaño publicitario y la engañosa unanimidad crítica, gravan.

Para que se hagan una idea, viene a ser algo similar, en versión estadounidense, al bodrio español, ya analizado en EQM, ‘La llamada’ [España, 2017], de Javier Calvo y Javier Ambrossi, [‘los javis‘ de Operación Triunfo 2017], porque también cocina con ingredientes similares y con el apoyo de una comedia musical previa, que en el caso de Lady Bird es ‘Merrily We Roll Along‘, de Stephen Sondheim, cuyas composiciones suenan sin parar en la película.

Pseudocine para adolescentes con el WhatsApp encendido [3 sobre 10]

El quicio de la mancebía [EQM]
https://elquiciodelamancebia.wordpress.com/2018/03/17/lady-bird-2017-de-greta-gerwig/