Si preguntas a cualquiera por Harry Potter, por Narnia o por El señor de los Anillos tendrás cualquier tipo de respuesta, pero al menos tendrás una respuesta. Algunos dirán que El señor de los Anillos es muy buena, otros que las películas de Harry Potter no tienen nada que ver con los libros y otros que las pelis de Narnia son una mierda. En absoluto intento comparar estas 3 sagas dado que difieren en infinidad de cosas. Sin embargo, sí tienen algo en común, notoriedad y proximidad temporal.

Tanto El señor de los Anillos como Harry Potter y Narnia fueron grandes sagas (sobre todo las dos primeras), promocionadas hasta la saciedad, conocidas en todo el planeta, causando auténtico furor y pasión en millones y millones de personas. Además, fueron fenómenos cinematográficos que coincidieron en el tiempo e incluso llegaron a coincidir en la cartelera del cine.

En ese periodo de películas de género fantástico y aventuras hubo una gran tapada y una gran desconocida que ahora se ha vuelto una gran olvidada: Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket. Una película que, a diferencia de las anteriormente mencionadas, si preguntas sobre ella a la mayor parte de tus amigos no recibirás respuesta porque lo más probable es que no hayan oído hablar de ella.

Y lo realmente importante es que es una situación totalmente injusta pues no es para nada una película inferior. Es una cinta de una calidad enorme, con un grandísimo guión, muy original, con una dirección artística brillante, con unas muy buenas interpretaciones y con una ambientación magnífica.

Con Una serie de catastróficas desdichas estás ante una gran película, dentro de su género, muy bien realizada y a la altura de otras películas mucho más conocidas. Y sobre todo es una película inteligente. Es este un aspecto totalmente destacable, pues si tenemos una grandísima oferta de películas destinadas al público infantil donde la trama, el argumento y la comedia es de un simplismo absoluto, en este caso tenemos todo lo contrario.

Tenemos el trío de hermanos, que tienen personales muy marcadas y muy diferenciadas, lo cual ya es un milagro, que se enfrentan a diferentes, extraordinarias y complejas situaciones en las que usan el ingenio, la lógica y el sentido común para seguir adelante.

Por otra parte tenemos al que viene a ser el malo de la película, el Conde Olaf, magníficamente interpretado por Jim Carrey, un actor que genera odios a mansalva pero que es sin lugar a dudas un actor como la copa de un pino. Este personaje persigue a los tres hermanos para acabar con ellos y quedarse así con la fortuna que han heredado, lo que constituye la base de la película.

La forma, al igual que el fondo, de la película es brillante, un regalo. La dirección artística y la fotografía son excepcionales, muy similar al Sleepy Hollow de Tim Burton. Además esa ambientación histórica atemporal, con contrariedades y anacronismos, dotan a la película de una particularidad muy atractiva.

Pese a que el ritmo decae en el final, mantiene un desarrollo muy bueno. La narración del supuesto Lemony Snicket durante toda la película es un grandísimo acierto, situando la película entre lo real y lo ficticio.

En su día me llevé una grandísima y gratísima sorpresa, y el otro día, cuando la vi de nuevo, volví a pasar una hora y media muy entretenida, me seguí riendo y me siguieron gustando todas las cosas que tiene esta cinta para disfrutar, que son muchas y muy buenas.