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Jamaica Jamaica · Islas Caimán
Voto de Clínex rotos:
5
Thriller. Intriga. Comedia 9:00 horas. Un grupo de personas absolutamente heterogéneo desayuna en un bar en el centro de Madrid. Uno de ellos tiene prisa; al salir por la puerta recibe un disparo en la cabeza. Nadie se atreve a socorrerle. Están atrapados.
29 de marzo de 2017
11 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fui al cine a ver "El bar" incumpliendo, así, mi palabra de que nunca más volvería a ver una película de Álex de la Iglesia en el cine. Pero ese día se juntaron las condiciones adecuadas –todas relacionadas con el malestar emocional–, lo que me indujo a buscar desesperadamente un refugio transitorio en la sala del cine.

Fui solo, en un día gris de lluvia. Para desplazarme cogí el tranvía en el barrio del que no he salido en toda mi vida, un barrio que está abarrotado de bares que frecuentan, por este orden, jubilados, parados y locos borrachos, y en los que los camareros tienen, sin excepción, cara de amargados. Yo visité mucho esos bares de niño, cuando iba a los sitios cogido de la mano de mi padre. En el tranvía no había nadie de mi edad, porque la gente de mi edad, a esas horas, o está trabajando o con sus hijos. El grueso de usuarios lo integraban adolescentes rabiosos y gente de cuarenta y cinco años en adelante. Durante el trayecto en el tranvía escuché a dos chicas de unos diecisiete años conversando con encantadora vehemencia como si no tuvieran a nadie alrededor. Primero comentaron lo babosos que los chicos se muestran en las redes sociales, que los chicos en las redes sociales tienen un discurso demasiado directo y destructivo. Luego se quejaron de las actividades ociosas a las que debían renunciar para invertir su tiempo con el novio. La más lenguaraz le espetó a la más tímida que ella, la tímida, es buena dibujando, que debería dejar de estar tanto tiempo con el novio e invertirlo en perfeccionar la técnica del dibujo; la amiga lenguaraz le dice a la amiga tímida, literalmente, “Que le den por culo” al novio y que se centre en sus cosas, porque el novio de su amiga tímida sí que se centra en las suyas.

Al llegar a los multicines me emocioné profundamente porque había una cola larguísima de gente esperando para comprar la entrada. Hacía tanto tiempo que no veía esa imagen de una cola larga delante de una taquilla de cine, que ni recordaba cuándo fue la última vez que presencié una. La cola larga se debía a que la película en imagen real de "La bella y la bestia" estaba en cartel. Se trataba del remake de la película de dibujos animados que fui a ver al cine hace veinticinco años, cuando iba a los sitios cogido de la mano de mi padre. Este remake explicaba la presencia masiva entre el público de familias y de parejas de adolescentes abrazados o agarrados de la mano como si no existiera el mañana.

Antes de empezar la película nos tuvimos que tragar veinticinco minutos de publicidad y de trailers que fueron alternándose aleatoriamente –cuando era niño e iba a los sitios cogido de la mano de mi padre, la publicidad en el cine, casi siempre de alcohol y de tabaco, precedía a los trailers–. Los trailers eran espantosos: aparte de que destripaban la trama de la película –ya de por sí predecible–, los doblajes de los títulos extranjeros –que eran la aplastante mayoría– resultaron cada vez más pobres, transmitían una dejadez y una apatía similar a la que destilan los camareros de los bares del barrio, esos camareros que se pasan el día rodeados de jubilados, parados y locos borrachos. El tráiler de la película "Los vigilantes de la playa" es el que me produjo mayor sonrojo debido a su desproporcionada suma de clichés machistas, sexistas y misóginos y a su humor de prescolar ejercido por adultos musculados. Durante los veinticinco minutos de trailers y de publicidad fue cuando la gente aprovechó para entrar a la sala. A todos nos ubicaron en las cinco últimas filas, y todos nos quejamos, porque éramos unos individualistas que no deseaban la presencia cercana de un extraño, pero como además de unos individualistas éramos unos isleños miedosos e inseguros, nos quejamos mucho sin hacer nada al respecto, asumiendo, resignados y cabreados, la incómoda situación. Como era de esperar, yo era el único espectador de la sala sin acompañante.

La película de Álex de la Iglesia estuvo bien; desde luego no es "Ciudadano Kane", pero cumplió su función de entretenerme durante hora y media. Incluso me pareció su mejor título –si por mejor consideramos el menos chirriante– desde "La comunidad", con la que, por cierto, guarda más de un parecido. Me llamó la atención que el mayor deseo del personaje de Blanca Suárez sea el de enamorarse de un buen muchacho, o sea, ser rescatada por un Príncipe Azul como en las películas de Disney –aunque en "La bella y la bestia", protagonizada ahora por la feminista Emma Watson, es ella quien lo rescata a él–. En el último tramo de la película, Blanca Suárez sale en suculenta ropa interior y el personaje del vagabundo loco que interpreta Jaime Ordoñez le dice que tiene unas buenas tetas pero poco culo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Clínex rotos
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