Como si de un espejo de la actualidad se tratase, Arcadia nos cuenta la desesperación de Bruno Davert, un trabajador de la industria del papel que en su momento no se vino abajo por perder su empleo (ya que su preparación y su juventud le hacían prever una fácil colocación), pero que después de tres años sin encontrar trabajo decide pasar a la acción…

Lo sorprendente de la cinta que dirige Costa-Gavras no es solo cómo consigue mantener la intriga sin utilizar recursos ambientales ya explotados hasta el infinito (los “cuchillos” de Psicosis crearon escuela aquí) o el papelón que se marca el hispano-francés José García, sino la vigencia de su mensaje. Resultaría inusual en aquel año 2005, donde la economía todavía marchaba con prosperidad, ver a un parado poner en peligro su integridad física y moral solo por encontrar un empleo. Pero lo cierto es que la historia de Davert podría ser la que abriese cualquier telediario de hoy en día. No en vano, ya hemos visto situaciones parecidas de desempleados que, lejos de rendirse ante su situación, luchan con uñas y dientes por sacar adelante a su familia.

Podríamos acusar al director, sin embargo, de afrancesar en exceso su obra, introduciendo elementos cómicos en situaciones con las que en principio no casan muy bien, añadiendo un toque de negrura que afortunadamente no consigue empañar el resultado final de la película. Un final, por cierto, ya demasiado trillado como para repetirlo en una película de 2005 (recordamos cierta obra maestra de los años 50 que ofrecía un final casi calcado al que vemos en Arcadia). Mentiríamos si se nos ocurriera decir que la conclusión estropea la obra, pero realmente perdió aquí una ocasión de oro para acercar esta película a la categoría de excelente y no dejarla en un simple notable. En cualquier caso, divierte y hace reflexionar, por lo que no podemos pedir mucho más a Costa-Gavras. Merci por todo.