cómo me está aburriendo esto. A ver si llega un superclímax o algo parecido y hacen algo de kung fu o de basket".

-Pues no, estimado espectadol, te jodes.

Bueno. Tampoco me esperaba tanto, puedo vivir con el haberle calcado un tres, pero no me quedo tan tranquilo con un efecto secundario del filme: un acrecentamiento de la mancha que ensucia mi visión global del mundo como algo que, no por naturaleza, pero sí en lo más profundo de su lo que sea, es bueno.

Y es que no se puede ser tan bueno, digo yo, si se tiran diez millones a la basura con semejante descaro y escandaloso alarde de estupidez.

Esta vez dudo mucho que pueda achacársele la casi total falta de gracia (los puntos vienen un poco de regalo, pero también porque no sé por qué me reí en algún momento) a las barreras culturales entre Asia y Europa. Porque hacerlo significaría afirmar rotundamente que todos los chinos y sucedáneos son tontos del culo.

Porque a ver qué tiene de gracioso hacer una película mal a propósito (porque no me creo que fuese sin querer) y que dicho propósito no se haga con ningún logro. Ninguno bueno.

No iba uno, se entiende, dispuesto a ver la película definitiva sobre karatekas que juegan al baloncesto. Pero resulta que es esta: la definitiva, la última. A la cola. Porque bueno, también es la última, pero de haber más, pasaría lo que pasaría, espero.

¿Diez millones de dólares y lo más imaginativo y espectacular que eres capaz de hacer es el tablero de una canasta rompiéndose (y a destiempo) con un mate? Guau. Pues apaga y vámonos al Kwai.