Película cercana, si no perteneciente, a la serie B, que con un arranque y un desenlace fantásticos, nos narra la historia de un puñado de personas que sufren el acoso de unos muertos vivientes. Ya se pueden imaginar la historia.

Entre los mencionados arranque y desenlace, hay un par de momentos algo tediosos, pero mínimamente llevaderos. Los actores cumplen bien como actores de segunda que son, en especial el que hace del primer zombie de todos, que hace un papelón, y sin necesidad de grandes capas de maquillaje.

George A. Romero cumple su propósito: ofrecer un filme entretenido y, dentro de lo que cabe, terrorífico. Para este último aspecto se sirve correctamente de dos cosas:

1. El sonido (no sólo la banda sonora, que también es importante). Romero utiliza a la perfección ruidos ensordecedores que acaban por ponerle a uno nervioso y que fomentan una conseguida atmósfera al contrastar con los pacificadores silencios.

2. La fotografía, de aspecto desgarvado, basada en planos tomados con la cámara cercana al suelo, tomas con la cámara al hombro, y agobiantes primeros planos.

Además, los zombies molan. A veces dan ganas de meter la mano en sus llagas supurantes o entre sus colgajos de piel putrefacta para remover los contenidos que allí podríamos encontrar. También, cuando a un zombie se le destroza la mano, dan ganas de estrechársela.