El problema (al título de la crítica me refiero) no es mío, es de don Daniel Sánchez Arévalo. Y es que aún no sé si Gordos es un continuo folleteo sobre el que se erige una historia, o si es una historia de la cual nace un ñaca ñaca constante.

La verdad, me la suda. Sexo oral, anal, del de toda la vida, heterosexual, (semi)homosexual, autosexo (léase masturbación) y hasta colgado en el internete. Sexo de casi todas las maneras imaginables durante dos cuartos de la película, haciendo honor a los prejuicios sobre el cine patrio, a los que se suma otro cuarto en el que se habla del acto en sí; pero poco importa si la cosa va bien. Y va bien. Señal de que va bien es que Gordos, al menos hasta donde yo sé, no tiene fama de ser una película de esas de dale que te pego tol rato.

Va bien la cosa, decía, porque el guión es un gran guión, cargado de humor y frescura (ésta, ensalzada por una dirección igual de grande), al que sólo puede reprochársele el tramo que se corresponde con el cuarto paso de la terapia de adelgazamiento, más vueltas de la historia que, como dijeron por ahí, ya producen un pelín de empacho.

Otro fallo a comentar es la inverorosimilitud de algunas actuaciones a la hora de llevar las sensaciones de los personajes al límite. Un poco forzada queda la cosa, y sólo se salvan (de entre los personajes que, digamos, se "desmadran") un memorable de la Torre y, en menor medida, Raúl Arévalo.

Pero Sánchez Arévalo tiene algo que contar.

Su historia, aunque repleta de intercambios de fluidos, no deja de ser profunda. Un acercamiento endiabladamente divertido a la complejidad de la psicología humana enfocada desde un tema actual a rabiar: el sobrepeso.

Coito.