Ésta es una película de autor, en la que de nuevo Clint Eastwood aplica su sensibilidad cinematográfica a un género en el que en apariencia no se mueve como pez en el agua, y sin embargo demuestra su solvencia para contar un relato de historias cruzadas de búsqueda, esperanza y fe.

Ni siquiera el experimentado director tiene una respuesta a la gran pregunta de qué nos espera después de la muerte, pero tampoco es lo que pretende. Es probable que el tema toque su sensibilidad, a alguien que con más de ochenta años seguramente sienta en ocasiones como se abren las puertas del cielo reclamando su presencia, e ignorándolas opta por seguir regalándonos su arte.

La factura técnica es impecable, con unos primeros minutos que quitan la respiración por el realismo sin excesos con el que nos revive la terrible experiencia del tsunami que azotó Indonesia, para presentarnos el inicio de una triple historia de personas que han perdido algo y buscan un nuevo camino. Ese impactante comienzo unido al trabajo con los actores confirma la maestría del director, quien adquiereun mayor valor si cabe por entrar en este jardín inexplorado del universo sobrenatural.

Tampoco deberíamos reprocharle demasiado a Peter Morgan, ya que el guionista habituado a intrigas políticas e históricas se adentra también en un mundo nuevo con acierto, aunque con falta de intriga y emoción. Si algo falla de su trabajo es el desenlace hacia el que nos lleva, quizás por sencillo y poco emocionante, provocando una sensación extraña, como si faltara algo.

La película funciona estéticamente y por el planteamiento que en tímidas dosis deja caer: por qué no se habla de un tema que preocupa a todos y del que sabemos más de lo que parece. La impresionante secuencia de apertura crea unas expectativas demasiado altas que irremediablemente y a pesar de algunos giros van cayendo conforme la historia avanza hacia un desenlace más efectivo que emocionante.