No soy fan de Haneke, no soy del tipo gafapasta que idolatra Funny Games, y La pianista me pareció desasosegante, pero nada más (por eso me he prohibido ver el resto de su filmografía). Pero en el IV Festival de Cine Inédito de Emérita Augusta estaba en el programa, y para entretener mi exilio extremeño allá que me fui a verla (me había prometido a mí misma tragarme todo el programa, para una cosa interesante que organizan en la ciudad... y de otro modo no creo que aquí pudiese ver ninguna de las películas del citado Festival, los únicos multicines sólo programan taquillazos). Desde luego, un taquillazo no va a ser. Le han dado la Palma de Oro en Cannes, vale. Mira qué bien...
Yo no he parado de recordar durante toda la película otras, del tipo ¿Quién puede matar a un niño? (que me gustó más y me angustió mucho más). Y también me he prometido recordar no tener niños, por supuesto. Se le quitan las ganas a cualquiera.
Por lo demás, en lugar de una película me ha parecido estar viendo un documental sobre un pueblacho perdido en la Alemania de comienzos del S.XX. Buena recreación, supongo, porque no conozco las costumbres, vestuario y demás tópicos de esa época y lugar. Pero el trabajo actoral... pues al estar rodada de un modo tan alemán, no es que sea para tirar cohetes. Me dejó fría, no sé si fue por lo incómodo de la butaca del centro cultural donde la vi, si por la falta de calefacción, si por el metraje, excesivo para lo que cuenta... Y (y todo esto no deja de ser una mera opinión, para gustos, colores) decir no me dice mucho, porque ni cuenta mucho, ni me parece interesante lo que calla. No me bastan una buena ambientación histórica, planos fijos que dejan entrever más que ver, intuiciones, suposiciones, cosas no dichas ni vistas, ni un grupo de niños inquietantes y adultos disfucionales.
Tengo que dar la razón a mi amigo gafapasta sevillano: el cine alemán se está volviendo muy alemán