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Voto de Kyrios:
7
Drama Denuncia de las condiciones laborales en las fábricas a través de la historia de un obrero modelo que, a raíz de un accidente, se hace sindicalista. (FILMAFFINITY)
13 de febrero de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La classe operaia va in paradiso (La Clase obrera va al paraíso, 1971) es un filme que dirigió el italiano Elio Petri, y que ganó de manera ex aequo la Palma de oro en Cannes, precisamente con otro filme italiano, dirigido por Francesco Rosi, Il Caso Mattei (El Caso Mattei, 1972). Premiando esta Dupla, el jurado de Cannes reconocía el esfuerzo de la cinematografía italiana, con dos directores que se encontraban precisamente en la tendencia de realizar un cine social que ponía constantemente el dedo en la llaga. Por otra parte, el filme de Petri marcaría una tendencia dentro de su propio país, con películas como Mimì metallurgico ferito nell’onore (Mimi, metalúrgico herido en su honor, 1972) de Lina Wertmüller o L’Italia s’è rotta (L’Italia s’è rotta, 1976) de Steno que utilizarían muchos elementos del filme precedente[1].

La Clase Obrera va al Paraíso se hace eco de las contradicciones del milagro económico italiano y su cara más oscura. El filme nos presenta un obrero, interpretado por Gian Maria Volonté, que trabaja en un complejo industrial. Este personaje es lo que podríamos considerar como un Estajanovista, que trabaja como modelo de los empresarios burgueses. Todos los jefes lo utilizan como ejemplo a seguir para los demás obreros, por la manera tan productiva con la que trabaja (sin quejarse de su sueldo y horario). Mientras los demás obreros tardan horas, nuestro personaje consigue sacar adelante la producción en unos minutos. En esta primera parte de la película, observamos como nuestro protagonista se encuentra totalmente ajeno a los movimientos sindicalistas, que se encuentran cada día a las puertas de la fábrica, advirtiendo de las precarias condiciones en las que se encuentran los obreros.

En la segunda parte del filme, el personaje que interpreta Gian Maria Volonté acaba tomando conciencia. Esa es la clave de toda la película y la que nos permite entender el planteamiento de Elio Petri. Nuestro personaje pierde un dedo trabajando en la fábrica y a partir de ahí entra en una espiral de locura, participando de la revuelta obrera. La película es una evidente crítica al concepto de alienación de las clases obreras, que tan en boga estaba en los años setenta. Nuestro protagonista se entera de que el modelo que hasta entonces estaba siguiendo (las comidas con la familia a la luz del televisor son bastante significativas) es totalmente absurdo.

Hay sin duda, un elemento de crispación absoluta, de esquizofrenia irreductible, que es palpable desde el primer minuto de la película hasta su amargo final. La Clase obrera va al Paraíso no es una película más sobre la condición social o la lucha de clases. Hay un elemento desquiciante que impregna la película como una mancha de aceite, expandiéndose por todo el metraje. Esto es comprobable ya por la abigarrada forma con la que Elio Petri configura toda la película. Desde los primerísimos planos de nuestro personaje, que parecen incrustados en el filme de manera casi aleatoria, como si no hubiera una planificación de la puesta en escena detrás (cuando si la hay), hasta el incesante ruido que se presenta en el filme cada vez que se rueda en la fábrica, que embota la mente del espectador, dejándole totalmente fuera de sentido.

Argumentalmente, lo delirante tiene una representación evidente en el filme, con la inclusión en la trama de la propia locura: Nuestro protagonista, una vez se ha concienciado realiza un viaje al manicomio, donde encuentra un antiguo obrero que también luchó por las causas sindicales, y que ahora debido a los conflictos que tuvo en su momento con los jefes de la fábrica, ha ido perdiendo el norte. De hecho el filme inspecciona muy correctamente el estrés continuo al que supone estar sometido con los turnos extenuantes de horas de los obreros. Nuestros personajes, aún después de haber terminado su jornada, siguen repitiendo los gestos mecánicos que han ido repitiendo en la fábrica. Como comenta nuestro protagonista en cierto momento, cuando realiza un discurso sobre sus compañeros para concenciarles: No somos más que máquinas, ¿Merece la pena vivir así?.

La estética del filme se compromete profundamente con la propuesta del filme. Gracias a su estética, la película se adentra en el mundo que Elio Petri construye. Ahora bien, la belleza de La Clase Obrera va al Paraíso no es precisamente una cercana a la amabilidad, sino precisamente todo lo contrario. Sólo hay que observar a nuestro protagonista principal, continuamente manchado de la grasa y el aceite proveniente de las máquinas. Todo es oscuro en el filme, y se puede decir que prácticamente no hay ningún momento de esperanza. Esto en imágenes se traduce mostrándonos una familia que vive prácticamente a oscuras (prácticamente aislados, solos ante el aparato de televisión que predica continuamente sobre sus cabezas), así como unos paisajes desolados que parecen totalmente estériles (situados alrededor de la fábrica)

Una de las mejores secuencias nos la regala el cineasta, Elio Petri, combinando la música del magistral Ennio Morricone, quien compone la banda sonora de la película. Se trata de los planos en los que vemos entrar a nuestros obreros en la fábrica. Gracias a la música de Morricone, crispada y belicosa, y a la puesta en escena de Elio Petri (que apunta a los obreros desde arriba, convirtiéndoles en una masa deshumanizada) la sensación de que estamos observando una batalla es total.

[1] ZACCAGNINI, Edoardo, I “mostri” al lavoro!: contadini, operai, commendatori ed impiegati nella comedia all’italiana, Ed.Sovera Multimedia, Roma 2009, p.79

https://neokunst.wordpress.com/2015/02/13/la-clase-obrera-va-al-paraiso-1971/
Kyrios
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