No os extrañéis con el título de mi crítica pero es que es la realidad. Con Jim Carrey me ha pasado lo mismo que con Nicolas Cage o Eddie Murphy, me divertían mucho de chaval y me aburren una barbaridad hoy día. Pero al César lo que es del César y cuando hacen algo meritorio, no se me caen los anillos para ensalzar sus trabajos.

Desde un principio me ha gustado mucho la idea del director, a través de una secta de tantas que existen en el país del tío Sam, el personaje de Carrey adquiere la responsabilidad de no poder negar nada que se le pida o le acarreará una inmensa mala suerte de la que tiene ejemplos vivientes y es cuando decide dejar todo de lado y aceptar ese desafío o maleficio.

Lo cierto es que este hecho nos traerá muchas escenas divertidas y a la vez graciosas, que no siempre deben ir de la mano. Se agradece bastante que la fuerza de la película esté en esas situaciones tan variadas y no como de costumbre en las muecas de Jim Carrey de las cuales ya estamos un poco hartos de verdad.

Yo me lo he pasado bien, es más, muy bien, porque pensaba que la quitaría a los diez minutos y disfruté bastante con ella.