Brian De Palma es como las sandías, o te sale jugosa y dulce, o con solo abrirla sabes que su sabor no te va a agradar. Combina grandes películas con mediocridad. Así que me dispuse a ver ésta en particular que me la había recomendado un amigo.

El comienzo es puro cine de los setenta, y no lo digo solo por la ambientación y el vestuario, sino por la forma de filmar. Abuso de primeros planos y mucho juego con los movimientos de cámara para que ella hable por si sola mostrando las imágenes. La introducción es un poco fría, no sé si es debido a lo breve de su contenido y duración o a lo poco que transmiten los actores implicados. Muchacho cambia la cara, que ha habido un accidente y no estás en el mercadillo de los domingos.

La segunda parte suena un poco más interesante desde la llegada a Roma y en especial las imágenes de Florencia, yo le habría dado más planos a la ciudad y menos chicha a la historia romántica que no funciona por ningún lado. Irreal, forzada y obsesiva. Aquí es donde el director quiere jugar con nosotros. ¿De verdad este tipo se dirige irremediablemente hacia la locura o estamos ante una trama con trampas?

Lo reconozco señor De Palma, nos ha engañado bastante bien, dirigiendo el contenido del tema hacia una dirección que no tiene nada que ver con lo que pensábamos y de repente da un giro argumental, como el tobillo de Juan Carlos Valerón cuando mete un pase y nos muestra otra película diferente, más acorde con lo primero y lo más importante, mucho más interesante. Comenzamos a unir piezas, (perfecta la escena de dejar a la chica de mayor para aclararlo todo) y ya el puzzle tiene más sentido.

Pero no se conforma con contentar de esta manera al espectador, sino que se guarda una última carta a lo Alfred H. y nos mantiene el corazón en un puño con la última escena. Chapeau.

Esta vez me ha convencido maestro, la anoto en la zona de la sandía sabrosa.