Tiene un don, tiene un don, tiene un don...y lo sabe. Woody tiene un talento innato para contarnos historias absurdas, naturales, sin grandezas y que nos parezcan no solo muy entretenidas, sino que se nos hace imposible alejarnos de la pantalla mientras las imágenes se suceden.

No hay nada más soñado por la sociedad que el ser un día rico, independiente, permitirte todos los caprichos del mundo y no tener jamás que mirar tu cuenta corriente y es en esa situación donde nos encontramos a una de nuestras protagonistas, Jasmine, nombre nuevo desde su aparición en el mundo VIP. Y de repente por unas circunstancias ajenas a su voluntad o no, se ve despojada por todo aquellas riquezas que la rodean, dejándola con una mano delante y otra detrás como se suele decir. En esto tendrá que tirar de su hermanastra, aquella que siempre ha ido de la parte trasera de un coche a otra entre revolcón y revolcón esperando como agua de mayo que aparezca un príncipe azul y la retire a Bervely Hills a imitar a su hermana entre tiendas de ropa y muebles. Pero la realidad es muy cruel.

Allen nos trae una historia que podría pasar por real, donde el drama, la tristeza, la resignación y el odio se entremezclan con muchas dosis de humor para movernos por estos acontecimientos familiares. Vale, la película es para echarte unas risas y para pensar seriamente la dirección que toma la vida de algunas personas cuando no se toman las decisiones oportunas. Es muy entretenida como casi todas las de Woody, pero ésta tiene algo especial que hace que te llegue. No sé si es el sueño imposible de alcanzar la riqueza o el darte de bruces con la cruda realidad de este mundo.