Haneke nos habla desde la tranquilidad de una pequeña aldea alemana el devenir de Europa en el siglo XX. No se necesita de grandes ciudades ni batallas para explicar el horror, las guerras se fraguan en las mentes de las personas que absorben como esponjas las faltas graves de esta sociedad que hemos construido; odio, ira, mentira, represión, modales inhumanos, despotismo, y falsos valores infligidos por la religión, creando todo esto un caldo de cultivo donde los demonios nadan a gusto, pero no se ven los cuernos, a veces, incluso visten sotana.
El cine de este hombre es tranquilo, lento, tiene un ritmo pausado, pero hay en el una constante sensación de que todo va a reventar en algún momento. La violencia mostrada en esta película al igual que hiciese en Funny games se muestra oculta, no se ven los golpes, pero se palpa más que nunca el dolor.
Haneke se pone en el papel de los niños, quienes sufren en primera persona la falta de valores morales de aquellos responsables en su educación, sufren de la falta de una deseada moral basada en la bondad y honestidad, inexistente a menudo en esta nuestra sociedad; niños que se marcan con una cinta blanca que da título a la película, simbolizando la inocencia…corderos obligados a ser tigres.