En su tercera película, John Krasinski consigue de manera sorprendente confirmarse como un notable realizador con ‘A Quiet Place’, un relato post apocalíptico que bebe del terror y el thriller, y que parte de una poderosa premisa que bien sostenida, genera una insoportable atmósfera llena de tensión de principio a fin.

Ambientada en un futuro cercano, cuenta la historia de una joven familia, conformada por los padres, Evelyn (Emily Blunt) y Lee (Krasinski) más sus tres pequeños hijos, quienes en una tienda abandonada buscan abastecerse de víveres y medicamentos, ellos se mueven con demasiado cuidado para no hacer ni un mínimo ruido, apenas se susurran algunas cosas y casi siempre se comunican con lenguaje de señas, antes de salir, Lee le quita al más pequeño un pequeño cohete que funciona a pilas, debido a que es un juguete potencialmente ruidoso.

Cuando se dirigen a su casa, descalzos y caminando casi siempre sobre arena, el más chico saca de entre sus ropas el cohete, que antes de salir le dio su hermana quien es sorda, y le coloca las pilas generando un ruido intenso, lo que llama la atención de una extraña criatura que se mueve con extrema rapidez entre la maleza hasta lograr llevarse con él al pequeño ante la impotente mirada de su familia. Es el día 89 desde que aparecieron estas criaturas, ciegas y con un oído muy poderoso, por lo que, para sobrevivir, deberán seguir sus vidas en total silencio.

La primera secuencia, recién narrada y que sirve de prólogo a la historia, es apenas una pequeña muestra de la solidez en la puesta en escena de Krasinski, donde de a poco va soltando la información necesaria que ubica al espectador en el estado en que viven los protagonistas, y consiguiendo desde muy temprano generar una total tensión que solo ira aumentando conforme avance la historia.

Krasinski mueve acertadamente sus piezas desde esa impactante primera secuencia, para después lograr armar a la perfección el contexto en que se desarrolla el resto de la historia, mostrando de manera inteligente los mecanismos de sobrevivencia de la familia, golpeada por la perdida del pequeño y ante la incertidumbre que se viene pues la madre está embarazada, en una sólida narración que logra sacar ventaja de sus recursos narrativos y visuales, donde los personajes casi no pueden hablar, y donde la mayoría de los diálogos son en base al lenguaje de señas, atreviéndose incluso a mostrar momentos donde la imagen no es acompañada de sonido alguno.

Los dos primeros actos del relatos son perfectos, el nivel de tensión que se va acumulando es intenso y consigue contagiar a los espectadores en la sala en un increíble acto de sugestión, donde el espectador evita también hacer ruido alguno, mientras que el tercer y último acto pierde un poco de fuerza ante ciertas situaciones forzadas en el guion que amenazan el verosímil junto a la aparición de la música que va ganando protagonismo y rompe con la atmósfera creada hasta entonces, pero que no consigue demeritar una película narrada con habilidad, inteligencia y solvencia, que la convierte en toda una experiencia cinematográfica, de esas que hoy en día ya son muy escasas.

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