Al terminar ’1917’, la nueva película del realizador Sam Mendes, este le dedica la misma a su abuelo, quien le contaba anécdotas de la primera guerra mundial, incluyendo la que se narra en la película, una historia breve y simple que Mendes supo bien arropar con la destreza de un maestro como Roger Deakins para lograr una película que impresiona.

Dicha historia se ubica en algún lugar de Francia mientras sucede la primera guerra mundial, el joven soldado Blake (Dean-Charles Chapman recibe de su superior un misión que debe realizar con urgencia, para ello selecciona como compañero a su amigo Schofield (George MacKay).

La misión consiste en atravesar el territorio enemigo antes del amanecer, para llevar un mensaje al jefe de otra división indicándole parar un ataque programado, para así evitar una emboscada premeditada por el ejército alemán y así evitar la muerte de alrededor de 1600 soldados, entre ellos el hermano de Blake.

La experiencia de ver en una sala de cine ‘1917’ se asemeja a la de subirse a una montaña rusa, pues Mendes y el gran trabajo de Deakins consiguen que el espectador se sumerja por completo en la acción y acompañe a los protagonistas en su recorrido, experiencia que por momentos también se asemeja a la de un videojuego.

Y es que en ‘1917’ lo que más destaca es el aspecto visual, un relato narrado en un solo plano secuencia, con apenas algunos cortes que son imperceptibles, y un trabajo impresionante de Deakins para seguir de cerca la acción de principio a fin, en todo un derroche de destreza y pericia técnica.

Y es tanto lo que deslumbra la forma en como está contada la historia, que ello cubre lo débil de un guion en el que los personajes son unidimensionales, lo mismo sucede con los ocasionales enemigos alemanes que pasan por la historia, de un solo trazo, y con los varios huecos del guion que hacen que el verosímil penda de un hilo en diversos momentos, en una película que a pesar de su apantallante apariencia, no logra conmover lo suficiente, debiendo echar mano de la música compuesta por Thomas Newman, que resulta por momentos invasiva.

Como sucedía con ‘The Revenant’, de Alejandro González Iñárritu, a la película de Mendes solo le interesa demostrar su grandilocuencia, por ello en el relato no hay espacio para una postura respecto a los conflictos bélicos y menos para reflexión alguna, quedando todo en una experiencia espectacular, llamativa y en verdad deslumbrante, pero limitada en sus alcances.

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