Reconozco que no conocía a Wes Anderson antes de ver esta película, por lo que acudí a su visionado con la inocencia que toda obra de arte te supone. Tengo que decir antes que nada que el director consigue algo difícil en el mundo del cine, no tanto en el de la pintura, por ejemplo. En concreto, el director le da al film un sello personal que la diferencia de cualquier otra película. Crea un mundo aparte del mundanal ruido, con sus propias reglas. Unas reglas que supone una cierta infantilización de los personajes adultos y una geografía muy acotada, entre otras cosas.

La historia de la que se habla es la de un amor furtivo, de dos adolescentes, casi niños que viven en un mundo familiar hostil, y que encuentran el uno en el otro lo que la sociedad no les da. No son rebeldes sin causa, son buscadores de su propia felicidad. Todo se desarrolla en una isla inventada con unos niños de campamento. Hay que decir el guion no tiene un desarrollo especialmente brillante, pero sí suficiente como para mantener nuestra atención. A destacar la escena final, sencillamente conmovedora.