Agradabilísima sorpresa. Hay veces que sin saber muy bien por qué el cuerpo te pide más acción que reflexión. Necesitas evadirte aunque sea viendo unas escenas de alta tensión y estemos en la madrugada de una sábado camino al domingo. Tony Scott, el hermano pequeño de Ridley, no parecía a priori el más adecuado para tal misión a tenor de sus obras precedentes, y sin embargo y al menos para este caso, sí que lo ha sido.

La película te atrapa desde el primer minuto. Ayudan mucho a ello el siempre eficaz Denzel Washington y el prometedor Chris Pine. La acción es trepidante, con un ritmo endiablado y ascendente. Los personajes están bien definidos, aunque no por eso esté afirmando que sean muy profundos. Más bien, son remiendos de otros muchos papeles de otras tantas películas, pero por lo menos no molestan, que ya es de agradecer, y se integran muy bien en la acción, la cual se desarrolla muy bien en paralelismo absoluto con ese tren desbocado, aparentemente dotado de un alma destructiva.

En definitiva, se trata de un film heredero de las películas de catástrofes de las décadas de los 70 y 80, que sobresale, aunque sin brillar, dentro del triste panorama de la cartelera actual, y que nos reconcilia con el séptimo arte, si es que necesitábamos reconciliarnos. Parafraseando a Lope de Vega, esto es cine, quien lo probó lo sabe.