Un escritor de poca monta, dedicado a hacer de negro de otros, es contratado para escribir la biografía de un ex-ministro británico, laborista para más señas, acusado de graves delitos internacionales y de haber estado siempre del lado norteamericano. En el corto transcurso del conocimiento del personaje sobre quien debe escribir descubre cosas que cambiarán el curso de su vida.

Este es el argumento, trazado con gruesa líneas, de la nueva película del controvertido, a su pesar, Roman Polanski, con la que regresa a las grandes pantallas, después de una etapa de silencio profesional. La película contiene los ingredientes necesarios, a priori, para hacer un film típico del director político: unos caracteres muy bien definidos y en principio poco significativos, una trama angustiosa que se ve desvelando poco a poco, y una localización, una isla, a tono con lo anterior y en nada gratuita

La verdad es que se agradece que con una cartelera actual en general tan insustancial, poblada con decenas de películas de usar y tirar, Polanski se haya decidido, a su edad, a no tirar la toalla y a ofrecernos una película –en este caso de denuncia política- que valga la pena, para adultos o para gente con pretensiones más allá de crepúsculos o historias nimias de amores nimios.

Aunque no por ello lancemos las campanas al vuelo. La película de la que escribo es un
largometraje más que aceptable, se ve con curiosidad no mitigada por el avance implacable del metraje, deja un agradable regusto en la memoria que, no obstante, no consigue los logros de otros films del director nacionalizado francés. El clímax de angustia no está conseguido con la intensidad de otras veces, la actitud del protagonista a lo largo de la historia resta en algunos momentos verosimilitud, y el final, al que me referiré en la zona spoiler, es exceso rebuscado y hasta poco creíble; aunque no lo suficiente para que no la recomiende como una de las mejores opciones cinematográficas a ejercer durante esta Semana Santa que ahora comienza.