Hace mucho tiempo que no me reía tanto viendo una película. El argumento es si se quiere algo extremo. Una familia acomodada francesa de pensamiento conservador tiene cuatro hijas casadas o por casar con hijos de emigrantes: un judío, un árabe, un oriental y un subsahariano. Viven en Chinon, por esa zona de Francia tan bonita que es la de los castillos del Loira.

Ya he leído que hay quien piensa que el film es demasiado autocomplaciente y bienintencionado. No diré que no lo sea, pero la verdad es que cuando se hace bien y con las mejores intenciones no creo que sea un delito, todo lo contrario.

Además, y pongo como ejemplo, la parodia sobre la psicología que se hace con la madre, el psicólogo y el cura podrá parecerles a algunos muy poco “seria”, pero contiene una carga de profundidad nada despreciable, más bien todo lo contrario. Tres cuartos de lo mismo se puede decir sobre el arte y los cuadros de una de las hijas.

Si tengo que destacar algo es la cantidad de sonrisas y risas que me ha arrancado, y no solo a mí. En una sala relativamente llena para los tiempos que corren y con gente de todas las edades puedo dar testimonio de que han sido risas compartidas por todos o casi todos.

El humor no es sutil, digamos que a lo Lubitsch, pero en absoluto zafio o en exceso facilón; superior, por ejemplo al de Louis de Funes y sé de qué hablo. La conclusión del film de que estamos en un mundo globalizado, -basta con pasearse por París-, y que hay que aceptarlo puede resultar simple, pero a veces lo más simple es lo más difícil.