Todo gran film tiene unas secuencias de difícil olvido, de aquellas que se te quedan grabadas en la memoria por los siglos de los siglos. El Blade runner dirigido por Ridley Scott tiene varias, el asesinato del padre creador de los replicantes, la muerte de la replicante baja la lluvia a tiros del blade runner protagonista o, cómo no, la escena final de indeleble recuerdo.

Si alguien me preguntase qué escena recordaré de este nuevo “Blade runner” mi respuesta sería rápida y lacónica: ninguna. A medida que se iban sucediendo, las iba olvidando, tal es la nula impronta que me dejaban. No estamos ante un mal film, pero si ante algo insípido que se consume y se olvida. Su director es quizás unos de los bluffs más notables de los últimos años. Después de la decepcionante “La llegada” llega, valga la redundancia, este secuela de un film mítico. Una secuela que no aporta nada más que el preciosismo de algunas de las escenas. Un film en el que siempre estás pendiente de que vaya a ocurrir algo de empaque pero que va pasando sus largos y eternos minutos y lo único señalable es la búsqueda de una mejor postura de acomodo sobre la butaca para conllevar mejor sus largos minutos. En fin, que no mejoramos, Denis