Teniendo en cuenta la fama y reposiciones de su predecesora Grease (1978) está secuela es muy poco conocida.
Y es que su mayor mérito consiste en coger todo lo bueno de la anterior, el sentido del humor que lo impregnaba todo, las canciones y bailes, y la química o el carisma, y convertirlo en sus peores fallos, logrando una película excepcionalmente aburrida.

Ni siquiera tiene gracia o puede ser una obra de culto kitsch, aunque sea un error de base no contar con casi nadie de la original, no tiene nada salvable o destacable, como mucho puede intentar atraer por la belleza de sus protagonistas, un Maxwell Caulfield y una Michelle Pfeiffer que no tienen ninguna química, ni demasiadas aptitudes para los musicales, el cual podría haber dirigido Ed Wood perfectamente y convierte en obra maestra a la primera parte por contraste, la única película de Patrice Birch en la dirección, que acertadamente vio que no era lo suyo, y trampolín hacia ser más conocida y hacer cosas mejores para Pfeiffer.