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España España · Villacaca
Voto de McFly:
9
Acción. Drama En el siglo XIX, en un Japón todavía feudal, un samurái llega a un poblado, donde dos bandas de mercenarios luchan entre sí por el control del territorio. Muy pronto el recién llegado da muestras de ser un guerrero invencible, por lo que los jefes de las dos bandas intentan contratar sus servicios. (FILMAFFINITY)
12 de abril de 2016
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Hay películas que marcan época. También hay películas que marcan época y que sirven de inspiración para futuras películas que marcarán época. Este es el caso de Yojimbo (Yôjinbô), la enésima obra maestra del director y guionista japonés Akira Kurosawa. Si la película se rodó en 1961, ya en 1964 Sergio Leone había trasladado el argumento al lejano oeste —no tan lejano para los almerienses—, cambiado las katanas por pistolas y recibido la correspondiente denuncia por plagio. Pese todos los problemas, a Leone le valió la pena, ya que Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari) le catapultó a la fama. A él, a Clint Eastwood y al género que quedó bautizado como spaghetti western.

Lo que hace a Yojimbo tan especial y tan golosa como fuente de inspiración es… casi todo. Para empezar tenemos un protagonista arrollador: un antihéroe capaz de matar a seis hombres armado únicamente con su katana y, mientras, pensar una frase épica que dejar caer al terminar el combate. Se trata de Sanjuro (Toshiro Mifune) —que será también el personaje central de otra de Kurosawa—, un samurai vagabundo con un peculiar sentido del honor, cara de pocos amigos y gran afición por el sake y la comida. La paradoja que le termina de dar forma está en que, tras ese aparente aislamiento del mundo y de sus problemas cotidianos, se esconde un guerrero en constante lucha contra los poderosos y las injusticias que cometen.

El mundo en el que se desenvuelve la acción, el Japón feudal del siglo XIX, es un entorno sucio y violento, en el que la ley y sus representantes brillan por su ausencia —¿a que recuerda al lejano oeste?— y la catadura moral de la gente está, más o menos, en nivel perro. Sanjuro, en su vagar, llega a un pequeño pueblo controlado por dos bandas rivales en constante choque, hasta tal punto que la gente corriente apenas pisa la calle por miedo a convertirse en daño colateral. ¿Por qué decidiría nadie quedarse en este lugar? “Me pagan por matar, y este pueblo está lleno de gente que estaría mejor muerta“. Sanjuro, un tipo pragmático. De hecho su visita es una bendición para el tonelero, todo un emprendedor y un águila para las oportunidades de negocio, reconvertido en lo que ahora llamaríamos técnico ebanista especializado en la elaboración de féretros mortuorios.

Esta es la forma que tiene Kurosawa de crear escuela; acostumbrados como estamos —aún hoy— a que en todos los conflictos, tanto ficción como periodismo, se presente un bando bueno y otro malo, en Yojimbo el espectador se encuentra ante un escenario en el que ambos bandos en lucha son bandas de criminales con la única meta de destruir al rival. A esto hay que sumarle la ambigüedad moral del protagonista —a la manera del cine negro—: un espada de alquiler que teje sus planes ofreciéndose a las dos familias y al que no le tiembla la mano si, para hacerse respetar, tiene que matar a cualquier maleante. ¿Quién es pues el héroe para Kurosawa en esta peli? Quien lleva a cabo la lucha más dura en ese universo es, sin duda, el ser humano corriente. La mujer obligada a prostituirse para pagar deudas, el hombre que ha perdido su casa y a su mujer a manos de las bandas, el anciano que pasa el día mirando la muerte pasar a través de las rendijas de sus persianas…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
McFly
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