Recuerdo “Until the end of the world” como aquella película en la que Wim Wenders hacía futurismo (en el año 91) para descubrirnos teléfonos móviles y dispositivos informáticos portátiles de uso individual y permanente, cuando lo conocido era un ordenador de sobremesa pesado, voluminoso, lento, muy caro y conectado todo lo más a la red eléctrica o a un ratón, siempre mediante cables.

Recuerdo la emoción que me causaron en “Grand canyon”, de Lawrence Kasdan en el mismo año, la individualización y soledad extremas atribuidas a la existencia en la megalópolis de Los Ángeles.

Me vienen a la memoria aquellas películas cuando presencio la cuarta de Spike Jonze, “Her”, como si guardaran parentesco entre ellas. De hecho, identifico el aspecto del protagonista Joachin Phoenix con la imagen que guardo de Kevin Kline, actor principal en “Grand canyon”.

Jonze realiza aquí una presentación también futurista en la que los dispositivos electrónicos han desarrollado ya la capacidad de evolucionar a partir de sus propias experiencias, de aprender gracias a su elevada inteligencia artificial de partida.

Así entreteje una simpática trama cuya finalidad es hablar de nosotros los seres humanos, de nuestros sentimientos e interrelaciones. De la difícil casualidad de un amor mutuo y simultáneo y la diferente evolución de quienes congeniaron en un momento dado. Del dolor y los obstáculos para superar las separaciones. Y, finalmente, de la soledad del mundo tecnologizado e hiperurbano.

Apoyándose en la muy buena actuación del ya nombrado J. Phoenix y en la fantástica voz de Scarlett Johansson, cálida como la del mejor locutor nocturno. Contando con banda sonora de Arcade five, y con un guiño a la capacidad de observación y la sensibilidad exacerbada del escritor vocacional, “Her” tiene personalidad. Mantiene nuestra atención y deja un relato que no se olvida.