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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Drama. Bélico. Romance En Polonia, concluida la Segunda Guerra Mundial, la situación política y social es caótica. El idealismo cede el paso a diversas formas de anarquía y extremismo. El protagonista, un joven que milita en un grupo ultranacionalista, recibe el encargo de asesinar a un importante comunista; pero, cuando el joven encuentra el amor, en pocas horas sus certezas comienzan a convertirse en dudas. (FILMAFFINITY)
29 de octubre de 2009
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a uno le dijeran, sin más, que “Cenizas y diamantes” es una reflexión acerca de las expectativas de la sociedad polaca y del posible destino histórico de aquel país inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, lo más probable es que prefiriera pasar la tarde dándose de ladrillazos en la cabeza antes que sentarse a ver esta peli, cometiendo así un tremendo error.
Por fortuna, Andrzej Wajda es un acérrimo enemigo de intelectualismos, que, dice, alejan a los espectadores de lo que ocurre en la pantalla (“Mi divisa: presentar héroes románticos en situaciones dramáticas”), de modo que renuncia a soltar aburridas peroratas o a pintar solemnes frescos históricos y se ciñe a las reglas del “thriller” clásico para contar la historia de Maciel Chelmicki, un joven nacionalista que, justo tras la victoria sobre los nazis, recibe el encargo de eliminar a Szczuka, un alto cargo comunista que acaba de volver a su país natal. La aparición de una guapa camarera perturbará el plan inicial, sumiendo al joven en un mar de dudas y obligándole a elegir entre unos ideales políticos que le obligan a matar y a vivir huyendo siempre y el deseo de aprovechar la vida al máximo junto a su chica, sin atarse a credo alguno.
Wajda sitúa en primer plano el drama humano de los protagonistas, atrapados en unas circunstancias de las que no pueden evadirse y que condicionan cada uno de sus actos. Las celebraciones del 8 de mayo de 1945 traspasan de este modo la condición de simple fondo en que se encuadran los hechos narrados para convertirse en un elemento determinante del devenir de la acción. El espectador concentra su atención en la historia de Chelmicki y la camarera, pero se ve forzado, de vez en cuando, a lanzar miradas a otras acciones colaterales, como la larga y enfebrecida cena de celebración o los diálogos que mantiene Szczuka acerca de su pasado inmediato o del futuro polaco, porque el hábil Wajda consigue hacerle intuir que son también relevantes para comprender cabalmente la historia de los protagonistas. A ello contribuye también la aparición recurrente de una serie de símbolos (el caballo blanco, los vasos de licor flameante, las sábanas...) que clarifican la significación final de la película.
La resolución formal de “Cenizas y diamantes” es realmente espléndida. Combina elementos procedentes del cine negro clásico con sugerentes recursos plásticos de clara raigambre expresionista (luces y sombras, humo, neblina, planos angulados, contrapicados, personajes y situaciones absurdas u oníricas...), que cristalizan en escenas de gran fuerza expresiva, que perduran en la memoria del espectador, como ese abrazo mortal bajo los fuegos artificiales, ese final de hiriente lirismo o, por supuesto, la escena cenital de la película, esa conversación en la iglesia en ruinas, presidida por un Cristo invertido. Sonará a tópico, lo sé, pero esta peli conviene revisarla de vez en cuando, porque gana con cada nuevo visionado. Mira, tal vez hoy mismo lo haga.
Normelvis Bates
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