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Cenizas y diamantes

Drama. Bélico. Romance En Polonia, concluida la Segunda Guerra Mundial, la situación política y social es caótica. El idealismo cede el paso a diversas formas de anarquía y extremismo. El protagonista, un joven que milita en un grupo ultranacionalista, recibe el encargo de asesinar a un importante comunista; pero, cuando el joven encuentra el amor, en pocas horas sus certezas comienzan a convertirse en dudas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
20 de noviembre de 2006
75 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como "Johnny Guitar", "Cenizas y diamantes" es una película cargada de tensión del primer al último fotograma y también comparte con ella una concisa unidad temporal, en este caso el lapso que va de una mañana al amanecer del día siguiente. En tan pocas horas se nos cuenta, como también era el punto de partida de ese Hitchcock primerizo llamado "El agente secreto", la terrible historia de un hombre cuya misión es matar a otro, ahora en el marco muy determinado de un país, Polonia, que se revela tremendamente dividido tras liberarse de la ocupación nazi.

Durante los primeros minutos del film uno tiende a pensar que, con el fin de entender mejor qué ocurre y por qué ocurre, debiera conocer previamente con algo de profundidad la peculiar coyuntura política en la Polonia de la época, que la propia película da por supuesta. Sin embargo, más tarde uno también comprende que, en última instancia y como sucede también con el neorrealismo italiano, el gran valor de la obra es que trasciende la crónica histórica —de gran importancia por si misma— para desembocar en los "eternos" dilemas morales del hombre. El ejemplo, una vez más, que cuanto más local, más universal.

El estilo visual de Wajda se convierte en el mejor cómplice para su atormentado retrato. Un estilo barroco, con reminiscencias expresionistas, lleno de atmósferas asfixiantes a partir de un uso muy marcado de la profundidad de campo y con tendencia a buscar imágenes simbólicas, como caballos blancos o cruces boca abajo. A este ahogo existencial contribuye la interpretación de Zbigniew Cybulski, el llamado "James Dean del Este", cuyos gestos espasmódicos pueden recordar también al Paul Muni de "Scarface" y le convierten en prototipo del (anti)héroe trágico.

Pero "Cenizas y diamantes" y su director son solo la punta de lanza de una auténtica edad de oro del cine polaco de entre finales de los 50 y mediados de los 60 —la llamada "escuela polaca de cine"— inmerecidamente menos conocida y valorada que otros movimientos coetáneos como la "Nouvelle Vague" francesa o incluso el "Free Cinema" británico. Así, cabe destacar a Wojciech Has, quien entre otras tiene una película con muchos puntos en común con "Cenizas y diamantes", la no menos extraordinaria "Szyfry" ("Los códigos"), y Andrzej Munk, autor de la inacabada aunque deslumbrante "La pasajera".
Quim Casals
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21 de enero de 2009
40 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estupenda y expresionista (laberínticas angulaciones, claroscuros, profundidad de plano y espacios cerrados) realización de Wajda, que configura una cinta sorprendente por su manejo de elementos casi antagónicos: la violencia de la introducción –seca, dura-, por ejemplo, y la propia temática política de la cinta contrastan poderosamente con el núcleo del film, en el que el director polaco nos endiña una alegoría de la Polonia de la época a través de un tono caricaturesco que se arrima al calorcito, casi, de un naturalismo lírico inusualmente amable -algo así como si en La regla del juego de Renoir se explicitara el colaboracionismo que habría de llegar con metralletas respirando fuego. Quedaría "raro raro raro", como poco, entre tanto juego de puertas, tanto romance inane y tanta carrera-. Así, la banda sonora, las interpretaciones alocadas, la colocación de personajes como un fresco de rostros embotados y casi primeros planos superpuestos…, todo eso remite a la sensación de broma deforme (a ratos italiana, a ratos francesa; nunca polaca) y al absurdo que supone el reparto de un país después de una guerra (con la repartición de Postdam que se les venía encima, podemos entender el irónico desencanto de esa desafinada polonesa de muertos vivientes del final del metraje).

Por lo demás, el juego de contrastes de la fotografía, la distribución en el plano de elementos con clara y recargada intención simbólica (las absurdas situaciones, los objetos, los personajes… con esa camarera que opera el cambio en el protagonista, ofreciéndole la posibilidad de cerrar heridas y vivir, simplemente vivir, sin el peso del pasado), se suceden en un trabajo visual impecable que explica la decepción del protagonista con su forma de vida; una forma de vida que le exige mezclar el rojo de su sangre con el blanco de unas sábanas. Quizás para recordarle, así, la obligación de asumir que con los comunistas acechando para él lo primero es la bandera de Polonia. Y que el resto es secundario.
Bloomsday
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3 de diciembre de 2011
28 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gran drama bélico realizado por Andrzej Wajda (Polonia, 1926). Adapta la novela “Ashes and Diamonds” (1948), de Jerzy Andrzejewski, según guión de éste y del propio Wajda. Rodado en estudio con un presupuesto modesto, obtiene el premio Fipresci del Festival de Venecia (1959) y es aclamado por la crítica especializada y el público cinéfilo de Occidente. Producido por Stanislaw Adler para Zespol Filmowy, se estrena el 3-X-1958 (Polonia).

La acción dramática tiene lugar en una indeterminada ciudad polaca de provincias durante unas escasas 24 horas, comprendidas entre el 8-V-1945 (rendición alemana en Reims) y el 9-V-1945. Maciek Chemieki (Cybulski) y su compañero Andrzej (Pawlikowski), del partido nacionalista, tienen órdenes de matar al líder comunica local Szczuka (Zastrzezynski), antiguo combatiente de la guerra civil española. Tras el fracaso de la operación, Maciek se refugia en el Hotel Metropol, donde entabla conversación con la joven camarera Krystyna (Krzyzewska).

La narración es fluida, intensa y realista. Hace uso de un estilo estéticamente recargado, saturado de detalles visuales y de composición barroca, característica del autor. Se sirve de símbolos, analogías y evocaciones que aportan profundidad y una grata complejidad al relato. Algunos personajes cumplen funciones simbólicas, como el del periodista íntegro y veraz, o el del funcionario municipal oportunista y chaquetero.

La acción se presenta envuelta de una atmósfera poderosa, que inunda el ambiente de sentido trágico, desilusión, fatiga, desconcierto e incertidumbre. Los personajes, desorientados y desmoralizados, se plantean cuestiones morales que no resuelven y sobre las que el director no se pronuncia. Se limita a mostrar un mundo en el que se mezclan elementos contrapuestos y sentimientos encontrados en el marco de un mundo acabado, en ruinas y probablemente sin salida y sin futuro.

La fotografía, de Jerzy Wojcik, en B/N, sumerge la acción en una noche prolongada de luces inquietantes y desoladoras, construidas con focos localizados que rompen las tinieblas del escenario o, alternativamente, con focos diversos que dibujan espacios angustiosos, caóticos y espectrales. En este contexto las imágenes adquieren gran fuerza y una más que notable capacidad de impresionar al espectador, como ocurre en la escena del interior de la iglesia o en los espacios abiertos de la huida de la realidad.

La banda sonora, de Jan Krenz y Filip Nowak, aporta melodías sencillas a cargo de instrumentos solitarios, como la flauta de las escenas iniciales o el saxo posterior, que complementa con intervenciones puntuales a cargo de pequeños conjuntos instrumentales. En todos los casos, la música es melancólica y triste y, en ocasiones, aporta tonos trágicos y desgarradores, acompañados de figuras fantasmagóricas y primeros planos del rostro de los actores.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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24 de junio de 2015
22 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lamento muchísimo no haber podido conectar como la mayoría con la historia que plantea Andrzej Wajda. Por lo visto todo cinéfilo ha de pasar tarde o temprano por las manos del director polaco, que es reconocido como el gran impulsor del cine en su país además de considerarse muy influyente en las corrientes cinematográficas de bastantes otros países. "Cenizas y diamantes" es una película que no puede negarse que esté bien realizada, la cámara se mueve que da gusto, la música que acompaña sus movimientos es una maravilla y la historia, con la información proporcionada de forma subliminal, no es difícil de seguir.

El problema, gravísimo para mí, absolutamente personal, es que ha sido imposible empatizar con una película en la que los personajes rebosan tanta rareza. No puedo ni siquiera acercarme a hacerme una idea de su drama porque por momentos ni siquiera parece que sea el marco dramático de un país teóricamente devastado por una guerra. No es fácil criticar una película que todos elogian, si digo por ejemplo que las gafas oscuras del protagonista me parecen horribles e innecesarias estoy siendo muy sincero, pese a que un comentario que en apariencia sea tan epidérmico para muchos para mí es absolutamente decisivo. No parece un drama, tampoco es una comedia, y los hechos históricos no me parecen excepcionales.

Entiendo que se adore a Andrzej Wajda, "Cenizas y diamantes" es una película con una potencia visual innegable. Pero, ¿qué voy a hacerle yo si no he conectado para nada con la película? No es para suspenderla, eso tampoco, pero soy incapaz de elevar mi nota hasta el nivel de la opinión general.
Luisito
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29 de octubre de 2009
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a uno le dijeran, sin más, que “Cenizas y diamantes” es una reflexión acerca de las expectativas de la sociedad polaca y del posible destino histórico de aquel país inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, lo más probable es que prefiriera pasar la tarde dándose de ladrillazos en la cabeza antes que sentarse a ver esta peli, cometiendo así un tremendo error.
Por fortuna, Andrzej Wajda es un acérrimo enemigo de intelectualismos, que, dice, alejan a los espectadores de lo que ocurre en la pantalla (“Mi divisa: presentar héroes románticos en situaciones dramáticas”), de modo que renuncia a soltar aburridas peroratas o a pintar solemnes frescos históricos y se ciñe a las reglas del “thriller” clásico para contar la historia de Maciel Chelmicki, un joven nacionalista que, justo tras la victoria sobre los nazis, recibe el encargo de eliminar a Szczuka, un alto cargo comunista que acaba de volver a su país natal. La aparición de una guapa camarera perturbará el plan inicial, sumiendo al joven en un mar de dudas y obligándole a elegir entre unos ideales políticos que le obligan a matar y a vivir huyendo siempre y el deseo de aprovechar la vida al máximo junto a su chica, sin atarse a credo alguno.
Wajda sitúa en primer plano el drama humano de los protagonistas, atrapados en unas circunstancias de las que no pueden evadirse y que condicionan cada uno de sus actos. Las celebraciones del 8 de mayo de 1945 traspasan de este modo la condición de simple fondo en que se encuadran los hechos narrados para convertirse en un elemento determinante del devenir de la acción. El espectador concentra su atención en la historia de Chelmicki y la camarera, pero se ve forzado, de vez en cuando, a lanzar miradas a otras acciones colaterales, como la larga y enfebrecida cena de celebración o los diálogos que mantiene Szczuka acerca de su pasado inmediato o del futuro polaco, porque el hábil Wajda consigue hacerle intuir que son también relevantes para comprender cabalmente la historia de los protagonistas. A ello contribuye también la aparición recurrente de una serie de símbolos (el caballo blanco, los vasos de licor flameante, las sábanas...) que clarifican la significación final de la película.
La resolución formal de “Cenizas y diamantes” es realmente espléndida. Combina elementos procedentes del cine negro clásico con sugerentes recursos plásticos de clara raigambre expresionista (luces y sombras, humo, neblina, planos angulados, contrapicados, personajes y situaciones absurdas u oníricas...), que cristalizan en escenas de gran fuerza expresiva, que perduran en la memoria del espectador, como ese abrazo mortal bajo los fuegos artificiales, ese final de hiriente lirismo o, por supuesto, la escena cenital de la película, esa conversación en la iglesia en ruinas, presidida por un Cristo invertido. Sonará a tópico, lo sé, pero esta peli conviene revisarla de vez en cuando, porque gana con cada nuevo visionado. Mira, tal vez hoy mismo lo haga.
Normelvis Bates
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