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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
9
Drama. Romance Michel es un carterista que no roba por necesidad como tampoco lo hace por vicio; no es cleptómano, roba para darse a sí mismo un valor, porque el robo es el medio de expresar sus sentimientos. (FILMAFFINITY)
5 de octubre de 2010
53 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son una rareza, es cierto, pero hay algunas películas que acaban siendo memorables, curiosamente, no tanto por lo que tienen como por aquello de que carecen, como si sus autores se hubieran empeñado, a la hora de realizarlas, no sólo en despojarlas de todo artificio innecesario sino en ir directamente en contra de la larga lista de normas y convenciones no escritas que, al menos en teoría, vertebran y configuran el lenguaje cinematográfico como código estético orientado hacia la función de espectáculo público. Un cine que renuncia y elude, que calla y pasa página sin dar explicaciones. Un cine seco y austero, que muestra más que narra, sin énfasis ni efusiones, y se retira cuando acaba sin hacer ningún ruido. Un cine que, como un intransigente eremita, le arroja al mundo una desafiante mirada de menosprecio mientras se encierra en sí mismo en busca de una revelación.

La primera vez que uno ve “Pickpocket” siente que le están escamoteando algo, que conoce las piezas que hay esparcidas sobre la mesa pero que, por algún extraño motivo, no es capaz de encajarlas: una peli de carteristas que transcurre en los escenarios habituales del género (metro, hipódromos, estaciones de tren) pero sin apenas intriga o tensión, en la que los polis se sientan con los ladrones a tomarse unas copas y a charlar de filosofía existencial; una peli rodada en escenarios reales y con actores no profesionales que apenas traslucen emoción alguna y que dan la impresión de no estar actuando, pero que contiene escenas tan extraordinariamente ejecutadas que hacen que no pueda, sin embargo, ser considerada un simple documental. No es extraño que desconcierte, que incluso llegue a defraudar. Nuestros hábitos de espectador se sienten violentados y reaccionan con desazón. Acostumbrados, como niños malcriados, a los manteles de hilo, las copas y los cubiertos, la espartana comida que el asceta Bresson nos ofrece en su caverna nos parece pobre, fría y desaliñada. Hay que verla varias veces para comprender que caverna, comida y eremita son la misma cosa, que forma, fondo e incluso autor se explican coherentemente entre ellos.

Si hay una palabra de la que desconfío cuando la veo escrita es “poesía”. Se ha usado tantas veces que ha acabado por no significar nada, o significando tantas cosas a la vez que ha quedado desvirtuada, por no decir directamente inservible. Pero en esta historia de extrañamiento e inadaptación, que resigue el doloroso camino de un alma en pena en busca de redención para su incapacidad de establecer vínculos emocionales con nadie, creo percibir, cada vez que la veo, la belleza misteriosa, hermética y opaca de cierta clase de poesía, desnuda y radical, que se basta para justificarse a sí misma, sin necesidad de análisis o explicaciones que entorpecen más que facilitan su comprensión. Lo que queda cuando ya no queda nada, así definía la poesía uno de sus más devotos creyentes. Y sospecho que Bresson no cambiaría una coma. O callaría, quién sabe.
Normelvis Bates
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