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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
5
Romance. Drama Ben Sanderson (Nicolas Cage), un guionista alcohólico, acaba de perder su trabajo en Hollywood debido a que sus problemas con la bebida afectan a su rendimiento. Sin amigos y sin familia, decide ir a Las Vegas con el propósito de beber hasta morir. Nada más llegar a la ciudad, conoce a Sera (Elisabeth Shue), una atractiva prostituta que trabaja en la calle de la que se queda prendado. (FILMAFFINITY)
10 de abril de 2011
68 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de que nadie me acuse de tener el corazón de piedra y de ser insensible al dolor ajeno o, peor aún, de ser una recatada monjita que no tolera palabras gruesas y escenas subidas de tono, debo aclarar una cosa: me encantan el sufrimiento, las putas, los tacos y el alcohol. Que no le haya puesto a esta peli más que un aprobadito raspado no tiene nada que ver con ello. Qué va. Es más, si de mí dependiera, no habría aquí una sola puta sino varias, de diversas edades, colores y nacionalidades. Si con una sola puta guapa, rubia y bien alimentada se habla de almas heridas, de descenso a los infiernos de la soledad, etcétera, imaginaos qué estupendo efecto dramático se habría logrado con un coro de cortesanas multiétnicas, mal alimentadas, magulladas y enfermas, como las que nuestros más respetables vecinos compran cada noche en esa esquina cercana hacia la que preferimos no mirar. Elisabeth Shue, en cambio, vive en un apartamento con piscina y cocina americana, come arroz integral y, por si fuera poco, acaba entrando en el dorado paraíso de los autónomos. Maldita burguesa, ya me diréis si eso es sufrir.

En cuanto a procacidades, las hay, pero no las suficientes, y siempre acompañadas de su respectivo antídoto en forma de babas y arrumacos de tortolito. Sí, ahí está la puta explicando cómo el semen de uno de sus clientes le corría por la cara y el pelo, desgarradora experiencia donde las haya, de no ser porque la puta la remata con un calamitoso “te quiero, cariñito mío” con sintetizadores de fondo. Y así, un puñado de veces. Estoy exagerando, claro, pero ya me entendéis. A Figgis le da miedo que la puta hable y se comporte todo el rato como una puta y opta por disfrazarla de vez en cuando de Doris Day. Una catástrofe, vaya, ñoña y guarra a partes iguales. Resulta curioso, además, que haya quien se escandalice por cosas tan naturales como coitos, felaciones y pajas y no por lo mal rodadas que están, con aburridos planos frontales en los que, o mucho me engaña la vista o lo que le chupa la Shue a Cage es el ombligo, o pacatas escenas de sexo en ropa interior que hacen de “Pijama para dos” el culmen del hardcore extremo.

Alcohol lo hay en abundancia, es cierto, y de todos los tipos imaginables. Hay, además, un escritor borracho, figura folklórica donde las haya, que sirve para legitimar cualquier parida del guión porque, ya se sabe, “in vino veritas”, y más si quien suelta la frase se gana la vida tecleando y uniendo palabras, algo que, por lo visto, le reviste a uno del don de la lucidez extrema. Lo terrible del caso es que Figgis, no contento con repetir la jugada del sintetizador, apuesta por subrayar los mohínes y aspavientos de Cage con una interminable retahíla de canciones de Sting a cual más flácida y deprimente. Y, dios mío, a cámara lenta. ¿Cómo no va a beber el hombre? Ni el mismísimo Bob Esponja resistiría el dolor de semejante tortura. Y eso, con botellas de por medio, sí sería un auténtico drama, huelga decir por qué.
Normelvis Bates
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