Sin duda alguna, una película que difícilmente te deje indiferente.
Aunque se muestra excesiva en algunos de sus planteamientos o en la resolución de los conflictos que se les plantean a los personajes, la esencia y el poder de reflexión que evoca cada una de las imágenes, cada una de las secuencias y cada una de las decisiones que toman los personajes hacen muy grande a esta película y a la trascendencia de lo que uno ha visto más allá del final de la misma.
Pero sobre todo me gusta la contraposición de mundos, de lugares y de conflictos, ya que lo esperado normalmente es que África y en la realidad que se pueda vivir allí sea más fácil encontrar la violencia, el desencuentro y las dificultades y en el avanzado mundo europeo de los países nórdicos, donde todo fluye de forma mecánica y armónica, uno se espera que todo vaya a ir sobre ruedas y que los metódicos daneses van a saber cuál es la manera adecuada de afrontar cada situación. En cambio, la realidad africana se convierte en la válvula de escape donde las reglas del juego son mucho más sencillas y más básicas y la asfixiante atmósfera de violencia, de rencor y desunión es lo que caracteriza al país europeo, encarnado en sus protagonistas.
La violencia, la bondad, el amor, el desencuentro, el rencor o el perdon, pueden encontrarse en cada lugar, en cada circunstancia y en cada momento, en cada uno de nosotros.