Que conste que Robert Rodríguez empezó a insultarme primero. Nunca en mi vida como espectador cinematográfico me habían insultado con este descaro. Bien es sabido que los insultos al público muy a menudo vienen disfrazados de progresismo, o “culo listismo”. Rodríguez, sin entrar a valorar si es un tipo progresista o un culolisto, es sin lugar a dudas un jeta con mucha potra. Se le apareció Nuestra Señora de Guadalupe cuando hizo “El mariachi” y a partir de ahí tuvo carta blanca para hacer todo lo que le diese la gana. Respeto “El mariachi”, porque es una obra hecha con pocas pelas y bastante talento, aplaudo “Sin City” aunque me gustaría saber cuan importante fue la ayuda de Frank Miller, me divierte la historia de Harvey Keitel y la Lewis, llegando a la disco en la carretera plagada de vampiros en “Abierto hasta el amanecer”. Pero no me ha gustado nada como se ha portado con el publico Rodríguez en esta cosa ( llamarle película sería demasiado) que tiene por título Grindhouse. Juro solemnemente que quise verla con los ojos puros de un comedor de palomitas de maíz, asesino de zombies en la Playstation, pero no pude mantener mi estado. Esta cosa de Rodríguez tiene como principal característica no ser capaz de mantener el tono en ningún momento. Pasa de un toque medio-pseudo realista al desmadre más atroz con interludios de horterada supina, escenas de acción de serie z e interpretaciones de amiguetes incapaces de llegar al los niveles actorales más bajos que se puedan esperar en una película, donde si algo ni ha faltado es el dinero ¡Y enciman hablan! Soportar los diálogos que pasan de la memez al intento sin éxito de ser mordaces o atrevidos y trasgresores, es una experiencia que no la recomiendo. No creo haberse sonreído más allá de tres veces, por supuesto en ningún momento me emocioné o sentí el más mínimo suspense.