Pocos hay que amen tanto la Rusia Imperial como un servidor. De todos modos, parece que Nikita Mikhalkov también siente nostalgia y por eso nos ofrece un vivo retrato, un tanto idealizado y complaciente aunque no deja de ser fidedigno históricamente, de su país en aquellos años. En esta ocasión se puede sentir la verdadera Rusia, con sus blinis, su Domingo de Perdón, su vodka, sus osos amaestrados, sus academias militares, sus institutos femeninos para la nobleza y sobre todo, la idiosincrasia más que rusa, de ciertas clases sociales rusas. Se nota que el que hace la película es ruso y siente su pasado y sus costumbres. Uno ve en cambio "Doctor Zhivago" y salvo por los sucesos históricos y algún detalle menor, podría pensarse que se encuentran en cualquier otro lugar del mundo.

Claro que pese a que tampoco es que sea buena, al menos la de David Lean tiene una coherencia interna y un ritmo del que carece "El barbero de Siberia". De hecho sus 197 minutos te parecen mucho menos tiempo que los 190 de esta última. La de Mikhalkov es lenta, demasiado colosal pero irrelevante, desmesurada en su concepción, pesada por momentos y con un guión que divaga. Venga anécdotas, algunas pasables, otras demasiado bufas, y la insulsa trama norteamericana con un secreto que se ve venir a la legua. Luego la historia de amor no me gusta nada ya por los personajes, ya el rumbo de los acontecimientos. De hecho adiviné el desenlace pensando en lo que más me iba a desagradar (SPOILER). Con todo, al final nos queda sólo el fresco de una época. Insuficiente.