Mi hermana me había comentado que "Sígueme el rollo" estaba bien, sobre todo si tuviera otro actor protagonista y otro planteamiento, no estoy seguro si esa fue la palabra empleada. El caso es que más tarde le dije: "tú el principio no lo has visto" "No" "Es que si lo hubieras hecho no dirías que está bien, sino que hubieras echado serpientes y sapos por la boca y por los ojos". Es decir, en los primeros cinco minutos se nos revela que estamos ante el regreso del peligroso hombre masa, ese que analicé en "Un papá genial" (1999), según el concepto de Ortega y Gasset. En síntesis, el tipo, narcisista, concibe que el resto del mundo está para colmar sus deseos, de toda clase y condición. No en vano no sólo lo interpreta el de nuevo odioso Adam Sandler, sino que ambas películas comparten el mismo director: Dennis Dugan.

Hay muchos argumentos para calificar "Sígueme el rollo" de comedia romántica para hombres pero el que me interesa más resaltar es que viene a cumplir las fantasías masculinas de las masas de ese género: siendo un hombre gris, vamos un pringado con el que el espectador pueda identificarse, esa es la clave, hacerse rico y sobre todo, beneficiarse durante décadas a modelos, conquistadas de la forma más sencilla y rápida posible, sin complicaciones de ningún tipo. Y cuando llega la hora de sentar la cabeza, encontrar a la "buena mujer", aunque eso sí, con los hijos de otro, que es el pago a la modernidad que hay que sufrir. En definitiva, la película de vez en cuando es graciosa, pero es tan predecible, tan irritante por su protagonista y tan poco creíble por sus nulas capacidades de seducción que merece nuestra condenación.