He sostenido, sostengo y sostendré que ser hombre es bastante más difícil que ser mujer. Estar a la altura de los roles creados, triunfar en lo personal y lo profesional, evitar imperfecciones, fracasos o muestras de debilidad puede convertirse en una carga pesadísima para muchos varones, hartos de esta eterna competición que es nuestra vida. Recordad, por ejemplo, que hay más de cuatro suicidios masculinos que femeninos. Pongamos otros ejemplos más ligeros. A cualquiera le pueden poner los cuernos. Pero si se lo a hacen a ella, se convierte en "pobrecita" y él, en "un cerdo". En cambio, si el hombre es el engañado, automáticamente es objeto de burla general. Lo mismo pasa con todo. Ese machismo que tanto denostamos mira con lupa nuestros fracasos y disculpa los yerros de las mujeres.

Lo dicho viene a colación para "Una pistola en cada mano", retrato original de la vida de ocho señores con problemas sentimentales y existenciales. Se trata de varias microhistorias, un total de seis o cinco con una doble, una película coral y psicológica en la que se desnudan las miserias masculinas de la mano de unos precisos diálogos, mucha naturalidad y un grupo de actores fabulosos, que hace que el conjunto respire una gran credibilidad. Candela Peña se llevó el Goya pero para mí Leonor Watling está inmensa a pesar de sus escasos minutos. Me temo que las críticas negativas de la película nacen de la rabia de verse reconocido en estos tipos, cuyas situaciones son absolutamente reales, aunque no para todos, evidentemente. Incluso los que la tachan de feminista sólo revelan cierto odio hacia lo femenino.