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Drama Perú, siglo XVIII. La historia se desplaza desde los burdeles y los teatros de Lima a la majestuosa Corte de España, desde los palacios arzobispales peruanos a la Inquisición de Madrid. Cuando el puente de San Luis se rompe, cinco viajeros se precipitan al abismo. ¿Es el azar o la mano de Dios lo que reunió a estas cinco personas en ese lugar en ese momento fatídico? O, por el contrario, ¿fueron ellos mismos los responsables de lo que ocurrió? (FILMAFFINITY) [+]
6 de diciembre de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece mentira que una película que juntara a tanta estrella del celuloide (Robert De Niro, Kathy Bates, Harvey Keitel, Gabriel Byrne, etc.) y que estuviera ambientada en el Perú colonial pudiera a la postre ser tan mala. Aunque bien pensado, más que mala, es aburrida, incomprensible, carente de interés, deslavazada y falta de la más mínima consistencia argumental. De esta forma vemos a todo un tropel de personajes de aquí para allá sin encontrar el espectador la más mínima relación entre ellos y el dichoso puente. Es más, tampoco se sabe qué es lo que se está juzgando. Es verdad que al final, cuando ya es muy tarde pues una vez has desconectado, no hay manera de que vuelvas a engancharte, te aclara dicha relación. Pero aún así te sigue pareciendo bastante críptica al desconocer factores tan esenciales como qué es lo que sucedió entre madre e hija para que estén tan distanciadas o la misma teoría de Fray Juniper, que la verdad es que te se escapa. Buena ambientación pero cero rigor histórico en una historia con muy escasísimo gancho. Quizá lo único que se ve con interés es a la indómita y atractiva Émile Dequenne, doña Clara.

Bien mirado todas las insípidas historias que construyen este "El puente de San Luis Rey" están concebidas sólo como un medio para reflexionar sobre la justificación del mal en el mundo. Cinco personas cruzan un puente, éste se rompe, caen y mueren. ¿Ha sucedido por puro azar o por voluntad divina? Admito que la pregunta tiene bastante interés y hasta puede generar un debate de lo más enriquecedor. Algo parecido sucedió en Europa con el famoso terremoto de Lisboa en 1755. Lo más peliagudo es que sea cual sea la respuesta, la teología clásica sale bastante malparada. Si se escoge la respuesta científica y racional según la cual el puente se ha roto por casualidad o por causas exclusivamente naturales, la providencia divina, el gobierno del mundo según su voluntad queda hecho añicos. Dios no interviene en la vida de los hombres, no hace llover cuando se le pide, ni atiende ruegos, ni concede salud o un feliz parto. Es más, a fuerza de desentenderse del mundo, se duda y hasta se niega su propia existencia.

Por su parte, si escogemos la segunda opción el problema no es menor. Sí, Dios hizo que se rompiera el puente, pero ¿por qué? Podría ser por tres motivos: para castigar a los malos (cosa que no sucede casi nunca y menos aquí), por pura indiferencia, como jugando con nosotros (incompatible a todas luces con la visión de un Dios todo amor y justicia) o, la única opción lógica, para premiar a los buenos con el cielo y al resto con una enseñanza moral. Esta parece la tesis de Fray Juniper. En cierta manera, la primera y la última posibilidad se dan la mano pues ambas mantienen la visión de un Dios que juzga, castiga y premia. Sin embargo, resulta de lo más antinatural y de un nivel de crueldad que instintivamente hace que la rechacemos. En el fondo, este dilema es el de un Dios todo amor, justicia y poder que permite la existencia del mal en el mundo, y no me refiero del que emana de la libertad del ser humano, sino el producido por causas naturales.

A mi modo de ver, sólo hay dos soluciones a este enigma: la atea-racionalista y la de aquella que hace a Dios mucho menos poderoso y al Diablo con una capacidad casi tan elevada como la suya. En definitiva, hacer el mundo y al ser humano una especie de campo de batalla entre las fuerzas del bien y del mal. Ni que decir tiene que esta segunda posibilidad es la mía. O sea, el puente se ha roto porque ninguna potencia divina puede evitar que se rompa. Es decir, el mundo se rige por unas causas determinadas, ya físicas, ya mágicas, salvo en aquellas ocasiones en las que una conjunción de fuerzas de diversa índole pueden hacer que aparezca el ansiado milagro.
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