La figura de Espartaco se convirtió en un hito dentro del "santoral" de la izquierda más radical allá por el XIX y buena parte del XX, junto con Esparta o la Comuna de París. Por ejemplo, después de 1918 la revolución comunista en Alemania fue dirigida por los espartaquistas, es decir los Rosa Luxemburgo, Karl Liebkencht o Kurt Eisner. A propósito, que estos tres líderes, como otros miles de seguidores, fueron ejecutados por la "reacción", cómoda palabra para esconder que la depuración fue liderada en uno de los regímenes más democráticos del momento, la República de Weimar, por un presidente, Friedrich Ebert, y un ministro de densa, Gustav Noske, ambos del SPD, el Partido Socialdemócrata Alemán. Quizá por esto y por otras cosas, la biografía ligeramente alterada de este esclavo se presta para lecturas contestatarias. La película tiene un aire, sólo leve, comunistoide y un punto antisistema, cosa lógica escribiendo el guión Dalton Trumbo, a partir de la novela histórica de Howard Fast.

De todos modos siento causar decepción a los más entusiastas. Espartaco, tampoco es que estuviera en contra de la esclavitud, pero encima fracasó sin dejar nada plantado para futuras rebeliones sino que la institución esclavista se mantuvo durante varios siglos sin que su intervención interviniera para nada en la misma. Dicho esto, aunque históricamente se toma varias licencias tendenciosas, por ejemplo, para contraponer dictadura y libertad, en la figura de un ambicioso Craso que en realidad servía al Senado y un inventado Sempronio Graco, cinematográficamente es magnífica. Cuatro Oscars se llevó aunque bien se podía haber llevado otros, como a la preciosa banda sonora o a mejor película. Epopeya con algunas secuencias míticas sin renunciar por ello a otras de intimismo romántico, también tiene algunos errores como el abuso de secuencias de masas con desfiles, paradas y festines, o en los confusos y forzados amoríos de Craso (Laurence Olivier). Eso sí, genial reparto para este clásico de Kubrick.