La saga de Shrek, como algún que otro éxito moderno, es un indicador perfecto de que la cutrez cotiza al alza en este siglo. Su filosofía queda resumida en el contundente lema: "somos vulgares y estamos orgullosos de serlo". Yo me siento incapaz de encontrarle algún atractivo a esta americanada, lo digo sin animadversión hacia lo producido en los Estados Unidos, grotesca, desmitificadora y carente de la más mínima belleza. Por no tener, no tiene ni gracia, salvo un par de momentos o alguna cosa del gato con botas. Muy poco para un argumento que si se piensa no tiene ningún sentido, los dos sois ogros, ¿cuál es el problema? Con todo, me parece un poco mejor que la original, ya sea porque no es aburrida, tiene cierto ritmo o porque es más convencional, dentro de su estilo moderadamente alternativo.

Siguiendo la senda de buena parte de la animación actual, "Shrek" no es más que otra comedia adulta: el parecido con "Los padres de ella" (2000) es evidente. De hecho, las referencias cinematográficas tan abundantes lo confirman pues los más pequeños no entenderán los guiños, por otro lado, casi sacrílegos, a "Alien" (1979), "Indiana Jones en el Templo Maldito" (1984) o incluso a "Misión Imposible" (1996). Sí, confieso que odio esta franquicia, no sólo por este dibujo a ordenador tan feo que nos quieren vender, sino por el intento de tergiversar el cuento tradicional, destruyendo ese mundo idealizado que nos fascina y sus valores heroicos, para dar lugar a lo chabacano en grado sumo. No, no quiero ogros blanditos, ni príncipes amanerados, ni princesas repartiendo estopa, ni bichos cargantes.