El cine sueco tiene mucho pedigrí pero me temo que es malillo aunque puestos a elegir entre el viejo continente, los hay peores aún. En este caso nos llega la ópera prima de Lasse Hallström, un director con mucho renombre, pero del que sólo salvaría "La gran estafa" (2006) y "Siempre a tu lado (Hachiko)" (2009), esta última por que la historia ya está hecha y es hermosa. Una vez vista, su debut se acaba uniendo a la mayor parte de sus dramas soporíferos, una película que no tiene historia, sino que es una colección de sucesos inconexos, que lo mismo son esos como cualquiera otros porque lo mismo dan: nada significan y cuando trata de que sí lo haga, se vuelve peor por la torpeza con la que afronta temas capitales como la culpa, la soledad o el amor infantil. Yo no me he creído nada de lo que sale, pero especialmente la niña marimacho.

"Mi vida como un perro", que se basa en la novela de Reidar Jönsson, se convierte con rapidez en un tostón, aderezado por los viajes del protagonista a casa de sus tíos, de vuelta al hogar, luego con la abuela y vuelta a empezar. Antes de provocar aburrimiento, despierta cierta expectación por saber qué le pasa a este chico, por ejemplo, con el vaso de leche, pero no al darnos ninguna explicación, tenemos que pensar que es simplemente idiota o que se le va la olla. Mi madre definió a los dos hermanos con un contundente "vaya porquería de niños". A partir de aquí, el único interés de la obra es averiguar la época en la que se ambienta, que después de las referencias a la perrita Laika, a Eisenhower o el combate de boxeo entre Ingemar Johansson y Floyd Patterson, queda en 1959, que es justo cuando la situé al poco de empezar.