Escribe Massimo Izzi: “Se confunde el terror, basado en una fina e inapreciable angustia inconsciente, con el más fácilmente suscitable horror, basado en la exposición de vísceras, en el uso de sierras eléctricas que cortan cuerpos, en descuartizamientos y en gracias parecidas”. Todo esto es muy cierto pero también que se están mezclando dos géneros con objetivos y concepciones distintos. Por poner un ejemplo del mismo 1980, “Viernes 13” es una magnífica propuesta de "horror" por su intriga, violencia e incertidumbre. No causa miedo pero sí tensión y angustia. En cambio, “Al final de la escalera” que se basa en el "terror" de Izzi, no atemoriza lo más mínimo pues carece de lo que creo que es la verdadera esencia del pánico: la ambigüedad. Es decir, ese instante, décimas de segundo, en el que no sabemos interpretar lo que hay en pantalla o lo que va a suceder, es el que te pone la piel de gallina.

La presente obra de Peter Medak se ve con tranquilidad, ya sea porque el recurso de la casa encantada está muy visto, ya sea porque nunca le imprime una áurea malsana o te sorprende con algún giro, salvo el momento de la niña, que es el único que se sale de lo predecible. El guión juega más a los detectives pero aunque ata cabos deja abierta una gran incógnita (SPOILER) parcialmente planteada en un título original sobre el que nadie ha comentado nado. Changeling es el hijo de un hada, duende o demonio cambiado por un niño humano, aunque no creo que vaya por ahí nuestro director. La influencia de la película ha sido grande, desde “Los Otros” (2001) a “The Ring” (1998), ésta sí que da miedo, pero en realidad es regular. Eso sí, la moda femenina de finales de los 70 es muy bonita, con la combinación de faldas largas y botas altas, en especial por esto, quiero pensar, por encima de las rodillas.