Aquí tenemos un drama musical que fue una de las ganadoras de la Oscars del 2014 con tres premios, al mejor actor de reparto para J. K. Simmons, montaje y sonido, como no, y excelentes críticas. La película no está mal realizada, no aburre, tiene ritmo, buenas actuaciones y es valiente en cuanto que se atreve a triturar la corrección política. Además sale en un pequeño papel la atractiva Melissa Benoist, aunque aquí finge que no lo es, que posteriormente se haría más conocida por la serie de "Super Girl" (2015- hasta la actualidad). Sin embargo ni siquiera en la parte jazzistica sale airosa, a tenor de lo que escriben los que saben de este género, donde al parecer no andan muy fino. Yo, que conozco lo mínimo o casi nada del mismo, me quedo igual que estaba al ver "Whisplash". Sigo sin comprender que significa adelantarse o atrasarse, por qué la valoración de un jurado de un concurso de jazz es objetiva o por qué un músico toca mejor la batería que otro, por ejemplo. En este sentido Damien Chazelle, director y guionista, ha desaprovechado una magnífica oportunidad de hacer pedagogía y acercar al público este género musical excesivamente elitista y minoritario, que con obras así me temo que va a seguir siéndolo.

Sea como fuere, el gran problema de "Whiplash" es una concepción que nos pone de los nervios. Es cierto que durante muchos minutos esperamos un giro que le de otro sentido más humano y más profundo a la historia pero realmente no lo hay. Rubén Romero de "Cinemanía" se pregunta si estamos ante "el filme más execrable de la temporada o el que mejor refleja nuestra sociedad actual". Pues, las dos cosas, Rubén, es aberrante y refleja la sociedad, pero no la nuestra, la española o europea, sino la norteamericana, donde la competitividad agresiva es la norma y entienden la vida como una lucha constante que destruye a los débiles y premia a los fuertes. Sólo en este ambiente malsano es posible que un déspota como Terence Fletcher (J.K. Simmons) pase como un gran maestro y los alumnos traguen con sus humillaciones, agresiones y broncas ignorando cualquier atisbo de solidaridad entre ellos. Porque claro, ellos no son compañeros, son rivales y les gusta que el otro se hunda. Pero para desgracia de Chazalle al genio no se lo convierte a base de palos sino que ya lo es porque se autoexige al máximo. De hecho, el verdadero genio se iría de inmediato de esta escuela de ambiciosos masoquistas regida por un inútil y soberbio dictadorzuelo.