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Voto de Reaccionario:
4
Romance. Comedia Una joven estudiante norteamericana de la universidad de Wisconsin se enamora de un compañero de clase. Lo que ella ignora es que se trata del príncipe de Dinamarca, un joven que no quiere seguir la tradición de sus padres ni asumir sus deberes. Ésa es precisamente la razón por la que se ha trasladado a Estados Unidos, donde se hace pasar por un estudiante normal. (FILMAFFINITY)
6 de octubre de 2012
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por mucho que uno quiera ver con buenos ojos "El príncipe y yo", se trata de una película demasiado blanda, cursi, simple y con una historia poca elaborada y previsible como para que se pueda considerar buena, ni siquiera aceptable. Sin embargo, ofrece desde el punto de vista sociológico y político, lecciones más que interesantes. Para empezar, la imagen de la monarquía es de tal fuerza, romanticismo y superioridad que todavía es posible concebir historias con un príncipe de protagonista y que gusten, aunque sea medianamente. Sin embargo, ¿os imagináis la clase de horror que sería colocar como galán al hijo del Presidente de la República X? Sí claro, dependerá del protagonista, pero por muy empachados que estemos de la idea de la democracia y su correlato republicano, la monarquía tiene una magia, un ceremonial y una majestuosidad que ninguna República puede, no igualar, sino hacerle mínima sombra.

Dicho lo cual conviene tener en cuenta la imagen que se tiene de la realeza al otro lado del charco. Personalmente creo que el americano medio, incluyendo a la directora, no entiende muy bien la figura de las monarquías actuales. Para mí, que creen que siguen siendo monarquías absolutas, donde los reyes gozaban de la soberanía plena, cosa que, por otro lado, no es criticado para nada, lo cual habla bien de Martha Coolidge. Desgraciadamente no estamos en esos tiempos pero si que es cierto que la monarquía danesa, la que recoge "El príncipe y yo", no es como la española, lo cual puede dar lugar a equívocos y a funciones regias que nos descoloque. Según la teoría clásica, la monarquía Absoluta evoluciona (o degenera) a Limitada, más adelante a Constitucional y por último, a Parlamentaria. En la actualidad, y desde hace bastantes décadas, en el viejo continente sólo hay Monarquías Parlamentarias (la española o la belga) y Constitucionales (Dinamarca o los Países Bajos). Aunque en la práctica, me temo que su funcionamiento sea similar, jurídicamente la primera es la que es plenamente democrática, por lo que la función de los Soberanos es puramente protocolaria, es decir, irrelevante. En cambio, la Constitucional reserva al Rey un serie de competencias que la hacen ser poco democrática y que, llevadas al extremo, podrían resultar para muchos un simple autoritarismo.

Desde ese punto de vista, el retrato de "El príncipe y yo" no parece tan desacertado. Además se entenderá porque para mi la monarquía danesa y holandesa son mis favoritas por encima de la española a la que veo con completa indiferencia, es más con antipatía, por la autoliquidación a la que se sometió "voluntariamente" durante la Transición, sin el más mínimo intento de conservar las funciones de la mayoría de homólogos europeos.

Cambiando de tercio, el protagonismo de Julia Stiles (Paige Morgan aquí) es la enésima confirmación del ideal femenino que se quiere presentar al mundo. Una chica ni fea ni guapa, poco femenina, descuidada, bastante cerebral, obsesionada por labrarse una carrera profesional y hasta con un toque solidario y meritocrático para aparentar su progresismo. Me preguntaba qué hubiera pasado si la actriz hubiera sido una chica espectacular o decididamente guapa (pensé en Elisha Cuthbert, Mary Elizabeth Winstead y Alexandra Breckenridge, hasta que mi cerebro se bloqueó ante tanta belleza). Pues que todo sería mejor. Un ejemplo, aquí el príncipe no compite con nadie, ella tampoco tiene rivales. El que se enamoren es por imperativo de guión. En resumen, no hay seducción (salvo alguna cursilada). En cambio tal y como había pensado, siendo ella la chica más, o de las más, populares/deseadas de la facultad, ¡cuantos pretendientes tendría! Entonces el príncipe (al que de paso, también se podría mejorar) tendría que demostrar unas cualidades, un poder de seducción que justificase que ella se enamorase de él y viceversa. En conclusión, si aumentamos el atractivo de los personajes y, por lo tanto la competencia, la tensión, la intensidad y la veracidad de la relación gana enteros. Si ponemos unos pánfilos, todo es mucho más pastueño y aburrido. Aunque según mi idea el personaje tendría que ser muy diferente para que fuera creíble, mucho más conservador y tradicional (en vez de querer ser médico, sería la jefa de las animadoras), cosa que muy pocos aceptarían por contravenir el pensamiento dominante.
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