Porque el planteamiento de la película me pareció muy bueno. Un orfanato dirigido por el Dr. Wilbur Larix y por el joven y también huérfano Homer Wells daba para muchísimo: la soledad de los niños, la falta de amor, las carencias afectivas, la ansiedad por querer tener una familia, Homer haciendo casi de padre, etc. Quien haya visto "La princesita" me entenderá.

Durante los primeros veinte minutos parece que iba a ir por ahí pero era sólo un espejismo. En realidad el orfanato y los niños no sirven para nada ya que podía haber sido cualquier otra cosa. Lo que importa aquí es el aprendizaje de la vida del tal Homer. Y la figura referente del Dr. Wilbur. De tal modo, Homer va dando tumbos en una historia inconexa y aburrida. Primero en el orfanato, luego conoce a Candy y más tarde trabaja cogiendo fruta (¡que apasionante la recolección de árboles frutales!). Como todo era un tostón insoportable (casi me duermo), como la historia es absolutamente banal, como no hay nada que te interese, meten la historia del negro y su hija a machamartillo, todo para ir al nucleo de la película.

Nunca criticaré a una cinta por el mero hecho de ser izquierdista sino por lo sectario, manipulador y burdo de su ideología. Y esta lo es. Porque al final el gran aprendizaje de Homer es que el aborto está guay. Claro que nadie quiere hacerlo pero en deteminadas circunstancias no queda más remedio. Y para eso nos montan una historia tremenda para justificarlo (como si los abortos se dieran por la causa que aparece en la película).

Y encima el Dr. Wilbur, el personaje referente, el sabio, médico abortista y adicto al eter, pero muy buen tipo, justo el que tenemos que imitar en la vida. Y Candy, muy guapa y moderna y que por supuesto aborta porque el aborto es estupendo.