Tuvo la posibilidad de obtener el distinguido premio Goya a la mejor película extranjera de habla hispana y, con el debido respeto, llevo horas preguntándome el por qué. Como película, al menos, no me deja la menor señal de diversión o de entretenimiento. Todo se ciñe a un sí o a un no, a un mensaje y una respuesta que tiene que dar casa uno. Es como una cinta con la vida de Jesús, pero con vestuario y costumbre de nuestros días.

Un grupo de teatro se encuentra por el camino a un joven que tiene cierta habilidad para encandilar al público de los diferentes pueblos por donde pasan, multiplica los peces y hace pan, y sobre eso versa toda la película, si es mentira, pues él lo niega, o es verdad, pues muchos de sus compañeros de viaje y de espectadores lo dan por verídico, y así una escena detrás de otra, demasiado repetitiva, demasiado cansina, demasiado aburrida. Tendrá, sin duda, su aquél, pero yo no lo he sabido encontrar. Un 3.