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Voto de benigno:
6
4,3
26.776
Comedia
Un grupo de estrafalarios pasajeros viaja de Madrid a Ciudad de México en un avión cuya tripulación es absolutamente esperpéntica. Durante el vuelo, una grave avería hace que los pasajeros de clase business, al verse inevitablemente al borde de la muerte, se sientan inclinados a revelar los asuntos más íntimos de su vida. Todo ello desembocará en una comedia caótica y disparatada. (FILMAFFINITY)
10 de marzo de 2013
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Madrid al cielo, quizás para morir, para arrojarse al vacío, para alejarse de lo terrenal y para volver a bajar a los infiernos. Los personajes están incomunicados en un limbo para mentirosos. Así se mueven entre la farsa y el vodevil para contarnos un sinsentido argumental. Todos los pasajeros están dentro de un avión y accidentalmente se encuentran atrapados sin posibilidad de bajar a tierra. La única posibilidad que tienen es enfrentarse a ellos mismos. A una parte (la más numerosa, porque son unos cobardes) los han dormido, los han callado para que no se rebelen ante la situación, otros conocen todos los acontecimientos y se adaptan con más armas a la problemática. Ellos son los que pueden entender la información que les ofrecen, porque están acostumbrados a sobrevolar con situaciones similares por aquello de manipular y ocultarse.
El tema principal de Los amantes pasajeros es la honestidad, todos los personajes se adentran en el vuelo obligados a hacer terapia de alguna manera, canalizando así los minutos hasta la catarsis individual de los personajes y la grupal aderezada de sustancias desinhibidoras. No es casual que solo la clase business sea consciente durante el viaje, en ese espacio nos encontramos con chantajistas, estafadores financieros, asesinos a sueldo, farsantes, hipócritas, alcohólicos, politoxicómanos hedonistas y egoístas, envidiosos y delincuentes. Todos ellos personalidades imperfectas comandados de forma corrupta y amparados únicamente por un alma que no es capaz de mentir. Ese personaje que ha sufrido un trauma gracias al cual es obligatoriamente sincero conforma la utopía de la cual potencialmente se irán tiñendo los amantes del título haciendo frente a la sensación de una muerte cercana o al abismo, el mismo que sufre el país en el que viven. Nuestro país.
Todos estamos invitados y somos pasajeros forzosamente o no de este vuelo absurdo que funciona de manera sobresaliente como alegoría, lleno de metonimias magníficas y formando una sátira que se convierte en una comedia irregular con chistes prosaicos y entretenimiento escapista. La ligereza es la dueña de la función superficial y debajo del envoltorio brillante y luminoso los colores se apagan desde la realidad gris oscuro casi negra e igual de grotesca. La película es mucho mejor cuanto más absurda se reconoce, porque el concepto gana fuerza. Aunque Almodóvar parezca que está empeñado en no trascender y nos ofrezca un producto que se denomina a sí mismo como menor si lo comparamos con la filmografía más reciente del director, es consciente plenamente de lo que está haciendo. Es cierto que vuelve a los ochenta, pero no para hacer una revisión de lo que ya hizo en esa época sino para devolvernos una mirada nostálgica de un tiempo que ya no es, de una libertad que ya no nos pertenece por culpa de lo políticamente correcto, válgame dios la gracia. En los ochenta, la recién estrenada democracia daba al país un carácter libertario, la represión anterior se transformaba en independencia sin límites, liberación desenfrenada. Almodóvar que ya no es el mismo, ni tan joven, tampoco lo es nuestra democracia, muestra hasta que punto hemos evolucionado y retrocedido, casi a partes iguales. El debate que adquiere el estreno de esta película entre crítica y público no hace más que ratificar esta intención o consecuencia irremediable.
El tema principal de Los amantes pasajeros es la honestidad, todos los personajes se adentran en el vuelo obligados a hacer terapia de alguna manera, canalizando así los minutos hasta la catarsis individual de los personajes y la grupal aderezada de sustancias desinhibidoras. No es casual que solo la clase business sea consciente durante el viaje, en ese espacio nos encontramos con chantajistas, estafadores financieros, asesinos a sueldo, farsantes, hipócritas, alcohólicos, politoxicómanos hedonistas y egoístas, envidiosos y delincuentes. Todos ellos personalidades imperfectas comandados de forma corrupta y amparados únicamente por un alma que no es capaz de mentir. Ese personaje que ha sufrido un trauma gracias al cual es obligatoriamente sincero conforma la utopía de la cual potencialmente se irán tiñendo los amantes del título haciendo frente a la sensación de una muerte cercana o al abismo, el mismo que sufre el país en el que viven. Nuestro país.
Todos estamos invitados y somos pasajeros forzosamente o no de este vuelo absurdo que funciona de manera sobresaliente como alegoría, lleno de metonimias magníficas y formando una sátira que se convierte en una comedia irregular con chistes prosaicos y entretenimiento escapista. La ligereza es la dueña de la función superficial y debajo del envoltorio brillante y luminoso los colores se apagan desde la realidad gris oscuro casi negra e igual de grotesca. La película es mucho mejor cuanto más absurda se reconoce, porque el concepto gana fuerza. Aunque Almodóvar parezca que está empeñado en no trascender y nos ofrezca un producto que se denomina a sí mismo como menor si lo comparamos con la filmografía más reciente del director, es consciente plenamente de lo que está haciendo. Es cierto que vuelve a los ochenta, pero no para hacer una revisión de lo que ya hizo en esa época sino para devolvernos una mirada nostálgica de un tiempo que ya no es, de una libertad que ya no nos pertenece por culpa de lo políticamente correcto, válgame dios la gracia. En los ochenta, la recién estrenada democracia daba al país un carácter libertario, la represión anterior se transformaba en independencia sin límites, liberación desenfrenada. Almodóvar que ya no es el mismo, ni tan joven, tampoco lo es nuestra democracia, muestra hasta que punto hemos evolucionado y retrocedido, casi a partes iguales. El debate que adquiere el estreno de esta película entre crítica y público no hace más que ratificar esta intención o consecuencia irremediable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Si atendemos a lo meramente narrativo, nos encontraremos con muchos momentos disparatados que nos provocarán carcajadas, estupefacción y casi todo el metraje una sonrisa desangelada que se nos congelará con ese plano final de un aeropuerto fantasma. La secuencia que ya se ha convertido en historia del cine español es ese número músical en playback, ensayado y esperpéntico con coreografía amanerada y cabaretera protagonizado por el trío de azafatos interpretados por unos magníficos Raúl Arévalo, Javier Cámara (verdadera alma de la película, lleno de matices, funcionando como un reloj suizo en su tempo cómico y dotando de espíritu a su espléndido personaje) y Carlos Areces, el robaplanos más hilarante del casting. Los demás actores están geniales conformando un reparto en estado de gracia donde destacan Lola Dueñas, tronchante e infalible, Antonio de la Torre y la siempre estupenda Cecilia Roth.
En el aspecto técnico, la fotografía vuelve a usar la paleta colorista propia del director de manera efectiva, el diseño de producción desempeña correctamente su función creando pieza a pieza el Airbus 340 donde se desarrolla la historia, y otros espacios como la casa donde vive el personaje de Paz Vega, una pintora atormentada que también necesita las alturas como solución a sus problemas. Es en esta vía de escape donde la película naufraga, lo que acontece relacionado con los roles de Blanca Suárez y Willy Toledo no termina de funcionar sacando al espectador del avión pero también del conjunto acentuando las bajadas de ritmo. En este caso son narrativamente necesarias porque los pasajeros descargan así el progreso hacia la purga de sus pecados, la onírica casi ensoñación de su vida y su propia verdad. La música de Alberto Iglesias a pesar de que contiene piezas realmente buenas, no casa en pantalla con la chispa del tono del film, dando peso en lugar de aligerar el empaque visual que es lo que necesitaba la historia para respirar y fluir de manera adecuada. Se nota mucho más cuando aparecen canciones que se fusionan perfectamente con lo que vemos, como la que suena durante el ya citado número musical: “I’m so excited” de The Pointer Sisters o “The Look” de Metronomy.
La película es puro placer por el placer que invita a dejarnos de mentiras y dramas para alcanzar una felicidad desinhibida. Está cargada de mala leche y rabia, no tiene corsés ni calzos. Nos habla de tu a tú sobre la autonomía del sexo en todas sus condiciones desde la asexualidad a la hipersexualidad. Es la primera vez que veo en una película de Almodóvar que no perdone a los personajes más equivocados (los malos de la función), aunque parezca que no haya ni malos ni buenos y aunque nos proponga un final candoroso con felices soluciones irreales, negándo solo en ese instante toda la cruda verdad que está en tierra y que nos ha desarrollado para que pensemos o huyamos hacia delante. De hecho obliga a todos a reconducirse. Todos han hecho el mal en sus vidas y sobre todo han destruido las esperanzas a beneficio personal. Desprejuiciada y valiente, también sutil en su fondo y brutal en su formal es una lucha entre la hipérbole superficial y el minimalismo argumental. El avión es el reflejo desdibujado de un espejo, desde las alturas puede abarcar toda la península (el nombre de la compañía aérea), la situación de todo el país y devuelve una imagen quizás deformada, pero no deja de ser una imagen. Una perspectiva.
En el aspecto técnico, la fotografía vuelve a usar la paleta colorista propia del director de manera efectiva, el diseño de producción desempeña correctamente su función creando pieza a pieza el Airbus 340 donde se desarrolla la historia, y otros espacios como la casa donde vive el personaje de Paz Vega, una pintora atormentada que también necesita las alturas como solución a sus problemas. Es en esta vía de escape donde la película naufraga, lo que acontece relacionado con los roles de Blanca Suárez y Willy Toledo no termina de funcionar sacando al espectador del avión pero también del conjunto acentuando las bajadas de ritmo. En este caso son narrativamente necesarias porque los pasajeros descargan así el progreso hacia la purga de sus pecados, la onírica casi ensoñación de su vida y su propia verdad. La música de Alberto Iglesias a pesar de que contiene piezas realmente buenas, no casa en pantalla con la chispa del tono del film, dando peso en lugar de aligerar el empaque visual que es lo que necesitaba la historia para respirar y fluir de manera adecuada. Se nota mucho más cuando aparecen canciones que se fusionan perfectamente con lo que vemos, como la que suena durante el ya citado número musical: “I’m so excited” de The Pointer Sisters o “The Look” de Metronomy.
La película es puro placer por el placer que invita a dejarnos de mentiras y dramas para alcanzar una felicidad desinhibida. Está cargada de mala leche y rabia, no tiene corsés ni calzos. Nos habla de tu a tú sobre la autonomía del sexo en todas sus condiciones desde la asexualidad a la hipersexualidad. Es la primera vez que veo en una película de Almodóvar que no perdone a los personajes más equivocados (los malos de la función), aunque parezca que no haya ni malos ni buenos y aunque nos proponga un final candoroso con felices soluciones irreales, negándo solo en ese instante toda la cruda verdad que está en tierra y que nos ha desarrollado para que pensemos o huyamos hacia delante. De hecho obliga a todos a reconducirse. Todos han hecho el mal en sus vidas y sobre todo han destruido las esperanzas a beneficio personal. Desprejuiciada y valiente, también sutil en su fondo y brutal en su formal es una lucha entre la hipérbole superficial y el minimalismo argumental. El avión es el reflejo desdibujado de un espejo, desde las alturas puede abarcar toda la península (el nombre de la compañía aérea), la situación de todo el país y devuelve una imagen quizás deformada, pero no deja de ser una imagen. Una perspectiva.