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Voto de caballero blanco:
7
Drama Treinta años después de divorciarse, Marianne, obedeciendo a un impulso repentino, visita a Johann, que ahora vive retirado en su casa de verano en la isla de Dalarna. Continuación de "Secretos de un matrimonio" (1973). (FILMAFFINITY)
1 de junio de 2009
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene que ver más con el bosque sueco del principio. La vista de pinos y coníferas varias, no sé su nombre exacto, principio de tundra, pero muy fértil.
En cierto modo como el lenguaje, que podría decirse que es profuso en matices y sentimientos, ¿no? Obviamente.
También es evidente que no existe ni un segundo de poesía. Quiero decir desde fuera.
No sé si me explico.
Yo no sé si es que los suecos son así, si es que Bergman es así, o si es que el Beethoven que atruena al supuestamente demolido viejo Johan contiene algún gravoso o solemne mensaje.
Es muy sospechoso que si fuera danesa pueda decirse Kierkeegard, si fuera del centro de Europa o por ahí existencialista o tal, que si Brecht campa a sus desnudas anchas, que si lenguaje, que si tal, que si Bach y Brahms alemana, y Dios y la madre que lo alumbró.
(¿De dónde surge la firmeza del viejo?
Di 33 y luego vida y mueve los brazos, deprisa o despacio, más o menos aspavientos.)
Bueno, la música, la zarabanda es mensaje, lenguaje y medio universal, ¿no es eso?
Sí, eso debe ser.
Porque si no no es posible que la Ulmann sea tan frígida, el Johan tan lamentablemente lastimoso cuando se despoja de la bata y de sus hojas, o el tal Henrik se rebane el cuello o lo que sea, bese a la rubia jovencita…
¿Y Anna? ¿Qué es eso del amor de Anna?
Pero, a ver, ¿de veras el mundo de dos implica al de varios, hay sutilezas, se definen las cosas, se comprenden las cosas, se confunden al mismo tiempo y la mujer se queda afligida frente a las fotografías?
Intachablemente neutro, irreprochablemente lúcido y otoñal pero no, inexorablemente revelador y bla.
La muchacha se va a tocar el chelo por ahí, y los dos más ancianos se dicen cosas y luego nada.
Supongo que un epílogo, aunque insuficiente en ocasiones, debe ser lo anterior, los intersticios, y una suerte de propósito final, una intención subyacente pero que más o menos se abra paso.
Porque si aun enseñando no muestras nada te dirán que eres un mastuerzo, un gélido, un sueco, o lo que sea.
Por otra parte también puedes hacerte músico y/o director de orquesta.
Como ya se anticipaba, eso sí que debe ser un lenguaje de matices, sí. Y seguro que aun equívoco, finalmente logra despuntar una serie o un conglomerado de sentimientos.
(Pero no te atrevas con las palabras y los rostros, eh).

La música.
Es lo que tiene.
caballero blanco
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