Esta película del año 1967 representa todas los atributos de una película que no puede borrarse de la memoria. Es un thriller en terminos modernos, pero un drama en términos más convencionales, con una trama que nunca pasará de moda. Con una dirección de escena y de actores magistral. Un ritmo notabilísimo y un manejo de fotografía y cámaras excelente. Un diseño de ambiente que no puede ser mejorado.
La actuación de un joven Martin Sheen y un Tony Musante para aplaudir de pie. También encontramos a un joven Beau Bridges que muestra sólidamente su talento incipiente aún.
La historia corta el aliento, se empapa de realidad, en un estilo que no precisa de efectos de guión, palabras, ni de triquiñuelas baratas para sorprender.
Nadie puede escapar de las vivencias y el retrato sicológico de su gran cantidad de personajes, prácticamente capturados en una unico escenario que no cae jamás en la monotonía, sino, por el contrario, atrapa los nervios y la atención del espectador.
Una película que exhibe la calidad insuperable de Larry Peerce, su director, con una composición musical
excelente, y un manejo de sonidos que acompaña a la escena y que se propaga ininterrumpidamente durante la mayor parte de la película enriqueciendo las sensaciones de un drama vertiginoso.
Para los cinéfilos verla es un deber para comparar y sacar conclusiones respecto de lo que han sido las obras fílmicas sin tantas ventajas técnicas como las actuales..