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España España · Tramacastiel
Voto de Luis:
9
Thriller. Drama. Bélico Guerra Fría. A bordo del Bedford, un barco americano al servicio de la OTAN, además de la tripulación, viajan un periodista y un ex oficial nazi de la marina. El capitán Eric Finlander (Richard Widmark), para poner a prueba a sus hombres, decide perseguir a un submarino ruso. Pero Finlander es un neurótico que acaba desquiciando a la tripulación. La irritación de Ben Munceford (Poitier), el fotógrafo de prensa, llega al límite al ... [+]
2 de junio de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es el film más impresionante que he visto sobre la guerra fría, mucho más que Teléfono rojo, volamos hacia Moscú. Injustamente desconsiderada por la crítica, merece un puesto de honor en el género de política-ficción. El capitán de un destructor (Richard Widmark) necesita una guerra que no existe. Está obsesionado por un enemigo que no le ataca. Es un cazador sin presa que convierte a un submarino ruso en una falsa amenaza; que falta al cumplimiento de su deber por conseguir una victoria innecesaria. Su agresivo carácter, que no logra disimular con sonrisas paternales, obliga a la tripulación de un destructor a estar en perpetua tensión. Presiona a sus subordinados más allá de lo humano, tratando de librar una guerra personal que nada tiene que ver con los intereses de su nación. Y esa patológica mentalidad provoca al fin la tragedia.
El acierto mayor del guión reside en la inconsciencia de su protagonista sobre la fiera voluntad de su propio carácter. Pretende seguir órdenes, ajustarse al reglamento de los estados de alarma, pero en realidad desea destruir lo que odia aunque no haya razón para ello. No escucha las críticas del periodista (Sidney Poitier), no sigue los consejos de su asesor naval (Eric Portman) ni respeta los diagnósticos del médico del buque (Martin Balsam). Su conducta no sirve a la OTAN o a Estados Unidos, sino a su fanatismo anticomunista. Pero él procura autoengañarse con la dignidad del profesional que entrena a fondo a sus hombres por su propio bien.
Es un argumento que angustia, pues evidencia que el mando puede estar en manos de quien no controla sus pasiones. Pero al mismo tiempo mantiene en vilo la atención, ya que en no pocos momentos parece que se da la razón al violento capitán, pues, en definitiva, el ejército carece de la moral de la vida civil. Su filosofía es conseguir mediante una férrea disciplina un aparato de combate eficaz, por cruel que resulte.
Alberga cierta fascinación ese duelo en los icebergs del Artico entre ese destructor implacable y ese submarino del que sólo asoma su periscopio.
Luis
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